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Número 150, Enero-Febrero 2017

La risa nos humaniza

Por Araceli Caballero
Dicen que Aristóteles sostiene que los seres humanos somos los únicos animales que reímos. Rabelais crea su Gargantúa y Pantagruel porque “mejor es de risa que de llanto escribir, / pues lo propio del hombre es reír”. Humberto Eco retrata en El nombre de la rosa a Jorge de Burgos, un monje capaz de matar para defender que Jesucristo nunca rió, capaz de morir porque el tratado de Aristóteles sobre la risa le resulta –literalmente- indigerible. El Principito encuentra en el cuarto planeta a un hombre de negocios que pasa su vida contando, orgulloso de no reír -Je suis sérieux!- y de no divertirse. ¡Gente deshumanizada! 
El humor proporciona excelentes instrumentos para discernir lo necio de lo que no lo es, quitando maquillajes y disfraces, con frecuencia por el simple procedimiento de nombrar. Montesquieu (Cartas persas), Cyrano de Bergerac (El otro mundo. Los Estados e Imperios de la Luna), Swift (Gulliver), incluso Tomas Moro en su Utopía, que él mismo califica como un libro “no menos saludable que festivo”, radiografían los ridículos andamiajes sociales que funcionan como muletas del poder, haciendo como que hablan de otras gentes y otros lugares, con esa distancia del humor que permite ampliar la perspectiva. No faltan, pues, argumentos de autoridad que ayudan a que nos humanicemos con el sano ejercicio de la risa, que nos regala libertad e inteligencia, pues, como afirma Moro, “nada hay más necio que tratar seriamente de la necedad, ni nada más divertido que tratar en broma de aquello que nadie pensaría que lo fuera”. 
Rabelais, Cyrano, Swift, Montesquieu y tantos otros nos proporcionan la mirada para vernos como otros, y ésta es la piedra filosofal de la convivencia libre y humana: el sentido del otro. La risa, en cierto sentido, nos hace vernos “a través del espejo”, como esa niñita, la Alicia del país de las maravillas, que se diría que tiene el Elogio de la Locura en la mesilla de noche. 

Inhibidores de la risa

La vergüenza y el miedo funcionan como inhibidores de la risa y del conocimiento, según Erasmo de Rotterdam: “Dos obstáculos –escribe- hay principalmente que dificultan el conocimiento de las cosas: la vergüenza, que obstaculiza la claridad del espíritu, y el miedo, que, presentando el peligro, disuade de acometer las empresas. De ambos se desembaraza a perfección la Locura”.  El sabio de Rotterdam hace tan aguda afirmación en su Elogio de la locura, la misma que se festejaba en las medievales fiestas de locos, paréntesis igualitarios en una sociedad estamental, durante las cuales -como en la que canta Serrat- se subvierten jerarquías, proclaman libertades, parodia “dignidades” y ridiculizan poderes. Luego, “vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a su misa”, pero introducir en la vida cotidiana la mirada del humor puede hacer de cada día una fiesta de locos que ponga las dignidades en su sitio.
No hace falta decir –pero lo digo, por si acaso- cuánto aporta tan jocoso hábito a la salud social. La buena convivencia resulta muy beneficiada cuando se extiende entre la ciudadanía una cierta disposición del ánimo para mirar las enaguas al poder y los sentimientos a la gente, que se traduce, según en qué casos, en risa, humor, pitorreo y otros saludables ejercicios, como la sonrisa, la ironía, la guasa y todos los demás parientes. Esta jocosa criba permite separar lo solemne de lo ridículo, lo importante de lo pretencioso, la paja del grano y la trama de las ramas. Shaftesbury, con una mirada sobre los seres humanos muy diferente de la alobada de Hobbes, escribe su Sensus communis, “ensayo sobre la libertad de ingenio y humor”, buscando el sentido de lo común. Ya en las primeras líneas declara, en la línea de Moro, que “es criterio sano el someter todas las opiniones, incluso las propias y las consideradas sagradas, a toda clase de tratamientos, incluidas el de tratarlas a broma”. 

La desnudez del emperador

El humor, la chanza, la guasa, la sátira, la risa, la sonrisa, el pitorreo y sus allegados han sido siempre lenguaje y camino de emancipación, de convivencia gozosa e igualitaria. Un señor del que tenemos, en general, una imagen tan seria como Sartre considera la seriedad síntoma de sumisión, y a los poderes les suele resultar sospechosa la risa, aunque reprimir a quienes se ríen les suele resultar complicado: no conocen ese idioma. El juego es la celebración de la libertad, y el juego es un pariente con el que la risa mantiene trato muy íntimo. Marina cita el entusiasmo de Proudhon cuando exclama “¡Ironía, verdadera libertad!, eres  tú la que me libras de la ambición de poder, de la servidumbre a los partidos, del respeto a la rutina, de la pedantería de la ciencia, de la admiración a los grandes personajes, de las mixtificaciones de la política, del fanatismo de los reformadores, de la superstición de este gran universo, y de la adoración de sí mismo.” 
La ironía, el pitorreo, la guasa, la sátira y todo lo que cosecha su campo semántico relativiza y pone a las personas en su sitio, que es a ras de suelo, quitando los coturnos al poder y las sillas gestatorias de los hombros de los siervos. Ordena la sociedad según el orden de lo humano. Buenos, eficaces instrumentos son para dejar al poder con las vergüenzas al aire, sólo con nombrarlos. “¡El emperador va desnudo!”, gritó el niño -nadie más se atrevió- y se cayó el montaje. Tal vez por eso en tiempos de opresión proliferan chistes, coplas satíricas, apodos y remoquetes. Son metáforas de resistencia.
Contra el poder, la sátira y la ironía; con los vecinos, la guasa, el humor, la sonrisa, que hacen de la convivencia una fiesta. El humor como código comunicacional establece una vecindad tan grata como igualitaria, es una especie de aceite de la vida que afloja tensiones, rebaja seriedades y relativiza conflictos. El humor y la risa son excelentes medios de comunicación entre iguales, a veces con “un vaso de buen vino”, que es como dice Gonzalo de Berceo que trata el pueblo a su vecino, con quien se mantiene complicidad, una de las formas de relación que mejor aúna amor con humor.

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