Vitalista y comprometido de verdad, Ximo García Roca lleva en su mochila un buen arsenal de experiencias y mensajes prácticos sobre la solidaridad y el voluntariado a pie de calle; sobre un modo de ver, sentir, pensar y vivir que “con-mueve”. Atentos: el amor y la humildad salen a la palestra.
Por Diana Sánchez
Conectó con el compromiso social desde bien joven… ¿Cómo era el concepto de voluntario entonces y cómo es el de ahora?El voluntariado es una realidad mutante que al estar agarrado a la piel de las personas vive todas las convulsiones del tiempo y del espacio, de modo que sube a la última colina y desde allí, como decía Rilke se le muestra todo el valle, “se gira y se detiene, y así vivimos nosotros, siempre en despedida”. Entendimos entonces el voluntariado como la acción altruista que se practicaba de forma aislada e individual sobre alguna necesidad de interés general.
Hoy nos comprendemos desde la acción colectiva que se practica juntos, organizadamente y en colaboración. Actuamos entonces de espaldas a su dimensión política y a las causas de las necesidades, hoy por el contrario procuramos remover las raíces y lograr derechos que garanticen algunos bienes de justicia.
Descuidamos la formación, convencidos que con el amor bastaba, hoy somos conscientes de que la preparación no está reñida con la entrega. Si mi generación entendió el voluntariado como una actividad sectorial situada sólo en el tiempo libre, hoy la solidaridad impregna el modo de ver, de sentir, de pensar y de vivir. ¿Son más mediáticos ahora los vulnerables y excluidos (refugiados)? ¿Qué opina de esta situación?Hay una historia del sufrimiento que permanece invisible y se silencia para que no cuestione el bienestar ficticio ni hiera a las sensibilidades ni ofenda a las conciencias.
Hay una sociedad construida sobre la desmemoria que oculta a todos aquellos que expulsa o pueden cuestionar una sociedad que excluye a los débiles, margina a los discapacitados e ignora a los diferentes. En momentos excepcionales explosionan los silenciados y ocupan los telediarios.
El último episodio es el éxodo de refugiados que huyen de una guerra que ellos no han declarado y llegan a lugares donde no se les espera. Realmente en cada momento se visibiliza algún capítulo de la liturgia universal del sufrimiento. Muestra la profundidad de una guerra oculta que el Papa Francisco ha identificado como la “Tercera Guerra mundial a plazos”. El tratamiento es tan epidérmico que en su manifestación oculta las razones y causas, de modo que consigue fatigar la compasión.“El amor es un antídoto contra la decepción y la impotencia”, insiste ud. ¿Por qué?El amor hace reversible incluso las situaciones que parecen sin salida, porque amar es despertar las capacidades de la persona: cuando el amor es incondicional nunca se da por vencido y se acredita abriendo nuevas posibilidades.
La decepción se produce cuando nos enamoramos del ideal y dejamos de amar la realidad concreta. La impotencia se produce cuando sustituimos el amor por los méritos o se condiciona a los resultados. El amor incondicional es capaz de conducir a muchas personas a entregar su vida por defender la vida de los que siempre la tienen amenazada.
Es capaz en las situaciones más cerradas, como decía la joven Etil Hillessum desde su experiencia en un campo de concentración, de hacer crecer nuevos órganos para salir adelante.Profesor en El Salvador, Argentina, México… ¿qué nos une y qué nos diferencia hoy en voluntariado?En la actualidad se han achicado las diferencias debido a la globalización de los medios de comunicación y a su poder de homogeneizar las culturas. Se mantiene sin embargo una diferencia básica, en el Sur el voluntariado es la comunidad misma en acción, su liderazgo, no es una actividad sectorial añadida a la vida real.
Para el Norte, el voluntariado es una actividad de tiempo libre que no impregna la totalidad de la vida. Mientras en nuestros países las organizaciones de voluntariado focalizan su interés en los aspectos gerenciales, en aquellos países se acentúa su papel trasformador y emancipador. Percibo allí más convencimiento por crear alianzas locales e internacionales que entre nosotros. ¿Sigue abogando por ese voluntariado cristiano de “mesianismo descalzo”?Cuando el voluntariado lleva camino de convertirse en un título de gloria y de reconocimiento social, cuando llegan los homenajes y los premios, hay que recuperar un rasgo básico de la acción solidaria: su presencia ligera, sus caminos modestos, su fragilidad.
Cada vez que un voluntario se convierte en protagonista, desplaza el interés de los que realmente merecen ser reverenciados, los pobres, los enfermos, los desahuciados, los abandonados. Este es el sentido de un voluntariado descalzo, sin honores, sin exceso de equipaje.
Jesús no quiso llamarse Mesías porque el título estaba contaminado por una historia de poder. Sólo lo consintió cuando evocaban prácticas de entrega y servicio, de desprendimiento y desposesión. Pablo de Tarso llamó a este comportamiento “despojarse de su rango y tomar la condición de esclavo, hacerse uno de tantos y presentarse como simple hombre”.En diciembre celebraremos en el Centro San Camilo el I Encuentro de Voluntarios… ¿Qué le diría a estos compañeros que hacen de la donación y el compromiso su día a día?Creo que nuestra sociedad, que ha sido confiscada por la ideología del bienestar y por la idolatría de la salud, necesita hoy ser iluminada desde el dolor humano. Este foco ha sido una aportación fundamental por vuestro voluntariado, que ha cultivado una nueva mirada allí donde el cuerpo se desmorona y el ánimo se debilita.
Ante el poder destructivo de la enfermedad que causa sufrimiento, incertidumbre e inseguridad hay un voluntariado que a través de la proximidad y de cercanía acoge, acompaña y defiende.
Descubrir el gozo de la proximidad y su capacidad de transformar la sociedad patógena genera una esperanza que no es del todo nuestra. Creo que dejar hablar al dolor es la condición de toda verdad. Aquello que legitima nuestro voluntariado.