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Coronemos los cuidados

Número 171, Julio-Agosto 2020

Miedo y esperanza en tiempo de pandemia

Miedo y esperanza 

El miedo es una vivencia innata a los animales y a los hombres. Tenemos miedo porque no somos omnipotentes, no lo podemos todo. La persona en tanto en cuanto ser limitado tiene que sentir miedo para no realizar acciones que no puede hacer (volar, atra-vesar el fuego, correr a 300km/h. por una autovía, etc.). Pero esto no implica que sea una cobarde, sino que es consciente de sus limitaciones como ser humano. El miedo se con-vierte en patológico cuando desciende a situaciones concretas y cotidianas o incapacita al sujeto para realizar su vida ordinaria. El miedo nos recuerda, pues, una cosa: que so-mos humanos.

La esperanza

Pero, además, somos esperantes, en el sentido que Laín Entralgo (La espera y la esperanza. Madrid: Revista de Occidente). La esperanza es una vivencia constitutiva del ser humano. Está presente no solamente en los malos momentos (muerte de un familiar, ruptura sentimental o la propia pandemia por COVID-19, etc.), sino también es impres-cindible para progresar y crecer psicológicamente, y en definitiva,  para ser felices. Pues, esperar, como dice Eric Fromm es como estar alerta; como el tigre que está quieto hasta que salta la oportunidad de captar a su presa. Así, pues, el ser humano no es que tenga esperanza, es esperanza. Pero eso sí, nunca es total y absoluta y por lo tanto no existe seguridad de lograr lo que se espera. Es por esto que las dimensiones constitutivas de este hábito, son: la confianza y el proyecto. El hombre esperanzado de alguna manera siempre cree en la viabilidad de lo esperado. 

Laín Entralgo, en otro lugar, afirma que el hombre esperanzado se manifiesta en tres dimensiones: esperando por seguir viviendo, seguir siendo el mismo y ser más cada día. Para todo ser humano, excepto para la persona que decide suicidarse, el seguir sien-do es un bien. Incluso en las situaciones límites (campos de concentración, fase terminal de un cáncer, pandemia, etc.) el sujeto puede encontrar un sentido a su vida, que le faci-lite el seguir viviendo. 

También, el deseo de seguir siendo uno mismo, sin ruptura del yo o división, co-mo ocurre en las psicosis, es otra de las “esperanzas” fundamentales de todo ser humano. Y, por último, una espera genuina es “ser más”. Es decir, todo ser humano aspira “a ser más uno mismo, ser más hombre y ser sin límites”.  Esto se consigue a través de los pro-yectos.

El confinamiento

El confinamiento es una situación imprevista, repentina e impuesta donde puede imperar el miedo, la soledad, el aburrimiento, la incertidumbre o la desesperanza, por señalar los sentimientos más frecuentes. Es decir, el miedo puede aparecer por el desco-nocimiento del peligro que nos acecha, desconocer nuestro futuro y por ir conociendo el poder real del virus, la falta de medios sanitarios y económicos y un largo etcétera que puede sumergir a la persona en una sensación de vulnerabilidad y de posible muerte.

La soledad, es otro ingrediente de esta situación de cuarentena, sobre todo en las personas que viven solas, aunque la “soledad afectiva” (imposibilidad de transmitir nues-tros sentimientos y deseos) también se puede observar en las personas que viven en compañía. Han sido momentos para la reflexión, el hacer balance de la propia vida y el preguntarse “qué hago yo en esta vida”, como me decía el otro día un familiar.

El aburrimiento ha estado muy presente en muchos hogares, que, pese a la creati-vidad de sus miembros, en ocasione han sucumbido al lento pasar de las horas. Todo ello, está amasado por un sentimiento de incertidumbre (qué ocurrirá dentro de un mes, cuando se normalizará mi vida, cuando se encontrará la vacuna, etc.). Por último, la per-sona desesperanzada se siente inmersa en los pensamientos negativos de: “nunca esto se solucionará”, “nunca conseguiré aquello…”, “nunca seré feliz”, etc. 

Por otra parte, en las consecuencias a la exposición del COVID-19 hay que tener presente tres aspectos: la evolución de la propagación del virus, la repercusión económica y la salud física y mental de las personas. Nosotros nos centraremos en ésta última.

A este respecto, un equipo de psicólogos de King´s College de Londres, en un reciente estudio, afirman que la cuarentena puede producir estrés postraumático, confu-sión, ansiedad, frustración e ira, que pueden tener efectos duraderos. También se produ-ce angustia depresiva, estrés, irritabilidad, insomnio, ira y agotamiento emocional. Inclu-so tres años después se han reportado diagnósticos de estrés postraumático y abuso de sustancias relacionados con la experiencia de confinamiento.

Además de la personalidad de la persona, el contexto en que se desarrolla la cua-rentena es significativo: no es lo mismo vivir con un infectado o con un anciano o con un niño o si teletrabajamos o estamos en paro o vivimos en un piso de cuarenta metros cua-drados, por poner sólo algunos ejemplos. Cada una de esas situaciones condicionan de forma diferente nuestra actitud ante la cuarentena.

Durante la cuarentena se origina un proceso adaptativo a la nueva situación de aislamiento. La falta de vínculo y la sensación de falta de libertad pueden producir una sensación de inestabilidad y miedo al futuro. En algunos casos, no obstante, se ha cau-sado un refuerzo de los vínculos sociales y familiares, incrementándose las llamadas tele-fónicas y video llamadas. Pero también, es cierto, que han aparecido más conflictos entre las parejas.

El postconfinamiento

La “nueva normalidad”, es como define el Gobierno Español a la etapa posterior al “Estado de Alarma”, tendrá unas características inéditas: se tenderá a la evitación del contacto con el otro, se tenderá al aislamiento, a unas medidas higiénicas más estrictas, los viajes, las vacaciones, las reuniones se vivirán de otra manera. Incluso pueden apare-cer patologías psíquicas tras la cuarentena.

Según algunos expertos los efectos de la pandemia, sobre la salud mental de las personas, pueden ser profundos. Incluso llegan a afirmar que la tasa de suicidios aumen-tará, aunque sea de forma leve. Entre los indicadores que agravarán la situación del postconfinamiento, señalan los siguientes:
✓    El estigma de las personas afectadas
✓    La intensificación de las patologías anteriores: ansiedad, depresión, etc.
✓    Puede aumentar el consumo de alcohol y la violencia de género
✓    El desempleo y los factores económicos desfavorables.

Estos expertos también señalan que los más vulnerables serán el personal sanitario (sobre todo los que han estado atendiendo en UCI) y las personas que han sufrido la infección, al recordar una experiencia tan negativa. Esto puede dar lugar a la aparición de sintomatología de un trastorno por estrés postraumático.

Pistas de solución

En general, podemos afirmar que además de otros factores (duración, lugar, si-tuación económica, etc.) tres son los aspectos que más pueden influir en la resolución mental saludable de la epidemia:
 1) Un buen gradiente de salud mental de la persona (toda patología psicoló-gica o psiquiátrica puede dificultar una buena resolución de la crisis): es evidente que cuanto más sanos mentalmente estemos, mejor podremos afrontar la cuarentena y la “nueva normalidad”. Es decir, las personas con buenos recursos emocionales y sociales se adaptarán mejor a la nueva situación.
2) La posibilidad de expresar nuestro malestar, ansiedad, miedos o desespe-ranza. Por esto, una “soledad afectiva”, que dificulte esta comunicación, puede ser una barrera para resolver de forma sana esta cuarentena. Por lo tanto, las personas con difi-cultades para expresar sus emociones tanto positivas como negativas, aunque vivan en compañía, pueden padecer algunos de los síntomas antes descritos.
 3) La presencia de un interlocutor (familiar, amigo, vecino, profesional, etc.) que posibilite una acogida sana de esos miedos y desesperanza. Es decir, necesitamos ser aceptados y respetados, en nuestros días buenos y malos, y no sentirnos sancionados o incomprendidos.

Por esto, al miedo y la esperanza descritos por Spinoza, son indispensables para la sana salida de la pandemia, pero yo  añadiría la necesidad de un “nosotros” acogedor y empático, que nos facilitará un confinamiento y un  postconfinamiento saludable.
 
 

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