Crecer desde la adversidad
Marzo-Abril 2010

"Regreso a la vida"

Los seres humanos somos o parecemos previsibles. En nuestro paso por este mundo nos dedicamos a cumplir un guión dictado de antemano. Estamos anónimamente metidos entre los números de las estadísticas. Las reglas son más comunes que las excepciones. Parece que nos asemejamos mucho unos a otros. Hay formas de actuar y de pensar que se llevan y parece que hay que acomodarse a ellas, no sea que fallen las encuestas. Caminantes entre inercias y rutinas, no terminamos de ponérselo difícil a los profetas laicos del futuro.
Por Francisco Alvarez, director de Humanizar
Esta es sólo una cara de la moneda. Me atrevo a decir que la menos verdadera, aunque sociológicamente no aparezca así. Desde luego, la menos reveladora de nuestra condición excepcional y única.
¿Previsibles? Sí, pero también sorprendentes, paradójicos. Incluso estupendamente extraños. Ni ángeles ni bestias. Somos lo que hemos recibido y siempre necesitaremos recibir para hacernos a nosotros mismos. Pero, al mismo tiempo, somos en la medida en que nos inventamos a nosotros. El guión sólo está insinuado, no impuesto. Nos ha sido reservada y confiada la parte mejor. La más difícil, claro. Nacimos de alguna forma moldeados, pero llevamos dentro de nosotros el imperativo (o la posibilidad por lo menos) de romper moldes, de salirnos de la anónima fila de las encuestas, y dar, por lo menos de vez en cuando, un golpe sobre la mesa de los determinismos, de las imposiciones con sello de unanimidad.
¿Habrá que decir que la grandeza humana radica en ser excepcionales? Por supuesto que no. Afortunadamente, también son excepción (aunque mucho menos de lo deseado) los violadores y los terroristas. Ahora bien, no hay realización personal ni existencia cumplida sin asumir las paradojas humanas y humanizadoras de la existencia. Por ejemplo: para vivir hay que dar vida y desvivirse por algo y por alguien; para crecer es preciso aceptar decrecimientos y pérdidas; para ser libres es menester aceptar el precio (a veces duro) de la libertad; y no es posible amar sin sufrir, ni subir sin estar -donde solemos estar- en el valle de nuestras debilidades y flaquezas...
Hay "algo" en el hondón de estas paradojas (que también podrían llamarse antinomias) suficiente por sí solo para dar razón de nuestra condición única. Sí, somos los únicos que tenemos la capacidad de desprogramarnos, de poner buena o mala cara a las desgracias, de darle la vuelta al calcetín de los acontecimientos irreversibles o irreparables, de emerger por encima del instinto y de las buenas razones venidas de fuera, de encontrar gracia en la desgracia, salud en la enfermedad, esperanza en los grandes aprietos...
¿Habrá que decir que la grandeza humana radica en ser excepcionales? Por supuesto que no. Afortunadamente, también son excepción (aunque mucho menos de lo deseado) los violadores y los terroristas. Ahora bien, no hay realización personal ni existencia cumplida sin asumir las paradojas humanas y humanizadoras de la existencia. Por ejemplo: para vivir hay que dar vida y desvivirse por algo y por alguien; para crecer es preciso aceptar decrecimientos y pérdidas; para ser libres es menester aceptar el precio (a veces duro) de la libertad; y no es posible amar sin sufrir, ni subir sin estar -donde solemos estar- en el valle de nuestras debilidades y flaquezas...
Hay "algo" en el hondón de estas paradojas (que también podrían llamarse antinomias) suficiente por sí solo para dar razón de nuestra condición única. Sí, somos los únicos que tenemos la capacidad de desprogramarnos, de poner buena o mala cara a las desgracias, de darle la vuelta al calcetín de los acontecimientos irreversibles o irreparables, de emerger por encima del instinto y de las buenas razones venidas de fuera, de encontrar gracia en la desgracia, salud en la enfermedad, esperanza en los grandes aprietos...