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"Cuidadanía" aquí nos cuidamos todos

Número 177, Julio - Agosto 2021

Más allá de una "ciudad amigable" para el anciano

Envejecimiento activo y saludable

La vejez es un periodo de la vida (se considera que a partir de los 65 años uno es viejo) y el envejecimiento es un proceso que se inicia con el nacimiento y finaliza con la muerte. Así, pues, el envejecimiento es un fenómeno histórico y global de la persona. Afecta a su dimensión biológica, psicológicosocial y funcional. Lo que no se deteriora ni enferma, según V. Frankl, es la dimensión espiritual o noética de la persona. Sin embargo, el envejecimiento no se debe considerar sólo como un proceso hacia el deterioro integral de la persona, sino también como un proceso continuo de plenitud (para V. Frankl la vida es un círculo) que concluye con la muerte, considerada como el culmen de la vida.

Hay distintas formas de reaccionar ante el hecho de ser viejo: aceptar las limitaciones y las posibilidades que la vida nos ofrece y seguir participando activamente en su contexto, o, por el contrario, retirarse y aislarse, desvinculándose del entorno, como una preparación hacia la muerte. En esta última opción, el individuo centra su mirada en sí mismo y hace de su cuerpo el eje de su vida: sólo piensa y siente sus “achaques” y sus dolencias olvidándose de los demás.

Por otra parte, es conveniente que en la vejez no nos centremos sólo en las deficiencias que tengamos (déficit motórico, cognitivo, etc.) sino que también tengamos en cuenta nuestras posibilidades. Realmente si la muerte la consideramos como un broche a la vida, entonces es comprensible que estemos tristes y angustiados pues es el final, sin embargo también podemos estar alegres por lo que vivimos. V. Frankl ilustra esta idea con la imagen del granero (vida) y el resultado de la cosecha tiene un sabor agridulce: podemos estar contentos por el grano conseguido y tristes porque todo ha terminado. No obstante, la vejez se puede considerar también como la última opción que tenemos para llenar el granero de nuestra vida. Es el tiempo del perdón, de la reconciliación y de finalizar “la cosecha de nuestra vida” de forma saludable: teniendo más presente a los demás, favoreciendo más el compartir que el adquirir, asumiendo las limitaciones propias de la edad, etc.       

También es verdad que la vejez es un período que por todas esas circunstancias que la rodean (deterioro físico, sicológico social, etc.) es propensa al “vacío existencial”, que puede conllevar la pérdida de sentido. Por esto la VIII etapa del ciclo de Erikson que corresponde con la vejez la denomina de integración versus desesperación. La vejez nos puede posibilitar completar nuestra historia, modificando lo que aún es posible cambiar, y también nos puede conducir al desaliento, al miedo y la desesperación.     

A este respecto la OMS (1998) maneja dos conceptos de envejecimiento: uno, el que hace referencia a la importancia de iniciar desde la niñez con hábitos y estilos de vida saludables, haciendo prevención temprana de algunas enfermedades y discapacidades (cardiopatías, enfermedades motóricas, etc.). Es lo que denomina “envejecimiento saludable”; y otro, “el envejecimiento activo” (OMS; 2002) que se refiere al proceso de optimización de las potencialidades de salud y los recursos (psicológicos, sociales, etc.) con que todo anciano cuenta.

 García Pintos (autor del libro antes mencionado de la Vida fugaz) señala cuatro mitos referidos a la vejez:

  • Mito social: el anciano es improductivo
  • Mito cultural: el anciano no tiene ningún interés por la cultura
  • Mito familia: siempre es difícil la convivencia con el anciano
  • Mito sexual: a partir de los 65 años no se pueden tener relaciones sexuales, y si las tiene es señal de que “es un enfermo”.

Sin embargo, debemos saber que esto no es así y que por esto la sociedad debe proporcionar un “contexto saludable” para que el anciano se pueda desarrollar plenamente. Y aquí surge el concepto de “ciudad amigable”.

Una “ciudad amigable”

Este tipo de ciudad con la vejez es la que se preocupa de hacer la vida a estas personas más fácil y acogedora. Tiene en cuenta desde la accesibilidad a los establecimientos públicos y privados, la posibilidad de transporte público (gratuito o semigratuito), pasando por el fomentar vínculos sociales y el voluntariado, hasta el promover las relaciones interpersonales, actividades culturales y facilitar el acceso a la salud, entre los más significativos. Sin embargo, la “felicidad” del anciano requiere algo más: posibilitar un acercamiento a la vejez no solamente desde la visión del déficit o deterioro, sino contemplándola como una posibilidad de plenitud. Por esto, sería aconsejable que ya en la escuela el niño tuviera una asignatura de “educar para la vejez” donde de alguna manera se desarrollara una idea de vejez no negativa (época antesala de la muerte, de improductividad, de enfermedades, etc.) sino positiva como época de plenitud de la vida y de poder rectificar los errores del pasado. V. Frankl lo llamaría “encontrar el sentido en la vejez”.

La necesidad del “sentido en la vejez”         

Generalmente se confunde “sentido en la vida” con tener una ocupación o desarrollar una actividad remunerada o no, y como el anciano, en muchas ocasiones, no puede realizar ninguna labor, luego en la vejez la vida no tiene sentido. Y eso no es cierto. “Sentido en la vida” es algo más que estar ocupado o desarrollar una función importante. Implica encontrar significado a lo que se está viviendo (dar ejemplo, ayudar a otro, amar y ser amado, etc.). Es decir, es cierto que la actividad es una forma de encontrar sentido en la vida (la vida profesional de cada uno), sin embargo no es el único camino, pues también se puede encontrar en el amar y ser amado y en cualquier situación por adversa que sea, favoreciendo un cambio de actitud saludable (por ejemplo, ante una vejez con grandes limitaciones se puede vivir con pesimismo o bien con un talante positivo).      

En esta línea se sitúa García Pintos cuando afirma que la vejez se distingue por tres características: es la edad del arte, la edad de la sabiduría y la edad del amor.          

La primera hace referencia a la capacidad creativa del anciano. Creatividad no solo considerada como generar una obra artística: escribir un libro componer una canción o pintar un cuadro, etc. sino que se refiere a esa capacidad de manejar de forma saludable cada momento de nuestra vida cotidiana: cuidar una planta, aconsejar a un hijo o a un nieto o descubrir que tenemos nuevas habilidades, por poner solamente tres ejemplos. Crear, en este sentido es reinterpretar nuestra realidad y seguir “descubriéndonos”.        

También la vejez es la edad de la sabiduría entendida como almacén de conocimientos ,y  sobre todo por el conocimiento de las cosas esenciales, que nos permite disfrutar de la vida saboreando su verdadera esencia. El anciano es sabio porque sabe distinguir lo esencial del accesorio, lo importante de la superfluo y lo realmente valioso de lo efímero.        

Y, por último, la edad de la vejez, es la edad del amor vivido no como una descarga de energía, sino como “encuentro” y como plena valoración y satisfacción de la motivación erótica. Se pasa pues del sexo (época de la juventud), sexualidad (tiempo del adulto) al amor como pleno encuentro (anciano).

Más allá de una “ciudad amigable”            

Es verdad que es necesario el desarrollo de “ciudades amigables” que tengan en cuenta las condiciones físicas del anciano y también su posible deterioro cognitivo. Esto es necesario, pero no suficiente. Debemos mejorar el contexto en que vive el anciano, y también debemos preocuparnos porque cada persona contemple su vejez no solo como un periodo de pérdidas y déficit, sino también saber recoger el fruto de toda una vida y vivir esa etapa con plenitud. De ahí el título de este artículo: “más allá de una “ciudad amigable”.

 

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