Revista Humanizar

Suscríbete y recibe cada dos meses los ejemplares de la revista de referencia en el mundo de la humanización de la salud.

Suscríbete y colabora con nuestra misión

Del miedo a la esperanza

Número 175, Marzo - Abril 2021

Incertidumbre en tiempos de pandemia

El miedo es una mirada angustiosa ante la adversidad (pandemia) que nos puede inducir a la paralización (confinamiento total y absoluto), la huida hacia adelante (conductas de riesgo) o la defensa (cumplir correctamente las indicaciones de los expertos). Esta última, como es evidente es la más sana.

La esperanza es una mirada de futuro, de confiar en nuestras posibilidades y en nuestros políticos y sanitarios. La esperanza, pues, en nosotros y en los demás, es la palanca que nos puede ayudar a resolver el conflicto.

La incertidumbre es una mirada de indecisión, de no saber qué hacer, que nos puede llevar al bloqueo, al miedo o a la esperanza.

Raíces de la incertidumbre

Vivimos en un mundo complejo, en el que no siempre nuestras decisiones tienen un resultado directo y esperado. Por contra, en un “sistema lineal” es aquel que al producirse una causa siempre ocurre el mismo efecto de forma directa y exclusiva. Es decir, una acción tiene una consecuencia, ésta lleva a otra y así sucesivamente. Es el efecto dominó. Un ejemplo. Si piso el acelerador de un coche (causa) siempre se producirá un solo efecto: aumento de la velocidad.

Pero, la existencia humana es una realidad “compleja”. No es un sistema lineal y, por tanto, una causa no necesariamente produce un efecto esperado y proporcionado. Es el efecto mariposa: una pequeña acción (el vuelo de una mariposa) puede producir grandes cambios climatológicos en otra parte del universo. Ejemplo: una pequeña decisión (un cambio de trabajo, por ejemplo) puede producir el beneficio esperado o no, y el propio sistema familiar se puede tambalear o reforzarse. La certeza aquí no existe. Estamos pues, inmersos en un mundo complejo que lleva aparejado la incertidumbre.

Por esto, podemos afirmar que una de las mayores certezas que tenemos es que en la vida predomina la incertidumbre, la duda y el cambio. Desde esa convicción es de donde podemos construir nuestra existencia.

Podemos concluir diciendo que la incertidumbre es el resultado de preguntas existenciales que no tienen una clara respuesta.

Como bien dice Marina y López Penas (1999)[1], la inseguridad se manifiesta por no saber qué pensar (duda), no saber qué creer (incertidumbre), no saber qué hacer (indecisión). También Edgar Morin (200)[2] lo expone bellamente: “aunque conservemos y describamos nuestros archipiélagos de certidumbre, debemos saber que navegamos en un océano de incertidumbre”.

Este océano es la propia existencia. La incertidumbre es el “pan nuestro de cada día”. Nos podemos preguntar: ¿tendré trabajo el próximo mes?, ¿podré tener hijos?, ¿moriré joven o viejo? y ciento de cuestiones que pueden revolotear por nuestra mente. Son algunas de las preguntas que muchas personas se hacen todos los días. Así, pues, la duda y la incertidumbre colorean todas nuestras decisiones. La certeza absoluta de acierto al elegir, es imposible; también la incertidumbre total, no existe (salvo sobre el hecho que vamos a morir, pero desconocemos el día y la forma).

La vida es incertidumbre

El niño no sabe con quién se va a casar, cuántos hijos tendrá, qué trabajo desarrollará, cuántos años vivirá, de que morirá…

El mundo avanza con creaciones e inventos, pero también con destrucción (guerras, pandemias, etc.) pues ésta puede generar una nueva reestructuración de la sociedad. También a nivel individual la persona crece a través de sus acciones positivas, pero también puede crecer desde la adversidad, que genera incertidumbre. Así, la pandemia nos ha traído, entre otras cosas, la reordenación de nuestra escala de valores, dar más importancia a las pequeñas cosas (un abrazo, un beso, una charla con los amigos), la revalorización de la tecnología por facilitar el contacto humano (videollamadas, WhatsApp, etc.), la valorización de la información para salir de la adversidad y la importancia de la salud.

Incertidumbre y pandemia

Un hecho de nuestra experiencia cotidiana es que la adversidad (muerte, enfermedad mortal, culpa, etc.) generalmente viene sin avisar. Eso nos dice Zygmunt: “la adversidad es como un relámpago en un cielo sin nubes”. Es inesperada, inoportuna y nos coge de sorpresa. Esta situación es la que nos hace vulnerable y nos produce indefensión. Es lo que ha ocurrido con la aparición de la COVID-19, que junto a su poder de contagio y de muerte, se presentó sin avisar, con el agravante que desconocemos sus “efectos reales” y cómo actúa y el tratamiento adecuado para combatirla.

En el tema de la pandemia por COVID -19 partimos de un hecho indiscutible: los científicos (y en consecuencia también los políticos) no tienen ninguna certeza para actuar ante este acontecimiento: existen numerosas variables y múltiples posibles soluciones que pueden generar inseguridad e incertidumbre. Eso sí, debemos evitar politizar la pandemia, pues de lo contrario, toda información que recibamos pasará por el filtro de nuestra ideología y solamente aceptaremos aquello que se ajuste a nuestras creencias políticas. Pero lo importante es, qué dicen los científicos, no lo que se le ocurre al político de turno.

Además, por la misma naturaleza de esta pandemia (incluso los científicos dudan) la incertidumbre es una consecuencia inevitable. Desconocemos el funcionamiento del virus, no sabemos cuáles son las medidas más eficaces, es un acontecimiento global que depende, en gran medida, de la responsabilidad de todos los ciudadanos e ignoramos cuando estaremos la mayoría de la población vacunada. Estas son algunas de las características de esta pandemia que la hacen imprevisible y en consecuencia es el caldo de cultivo de nuestra incertidumbre.

 

¿Cómo manejar la incertidumbre?

He aquí algunas pistas de solución:

1.- Información adecuada. Tanto la sobreinformación como la desinformación están desaconsejadas. La primera, puede producir el síndrome de fatiga por exceso de información -Information Fatigue Syndrome (IFS)- se caracteriza por el elevado nivel de estrés de quienes a toda costa intentan asimilar el caudal de información que les llega constantemente a través de la televisión, el móvil, periódicos, libros, y, sobre todo, de Internet. El IFS se caracteriza por un estado psicológico de "hiperexcitación", "ansiedad" e "inseguridad" que provoca la "parálisis de la capacidad analítica", pudiendo conducir a "decisiones imprudentes y a conclusiones distorsionadas". Según datos recientes algunas personas, sobre todo durante la cuarentena, padecieron este síndrome, que les llevó a vivir en la incertidumbre y que se cristalizó en miedo y angustia.

La desinformación también nos puede llevar a realizar conductas de alto riesgo y al miedo y a la angustia. Es preciso, pues, una información veraz, evitando los tecnicismos, gradual y que se formule en forma positiva. Pero, además, es aconsejable hablar en positivo, no en negativo. He aquí un ejemplo, no real: “si actuamos de forma responsable (cumpliendo todas las recomendaciones de los expertos) la posibilidad que podamos superar en breve tiempo la segunda ola es de un 80% “(¡es sólo un ejemplo!). No es aconsejable afirmar: “si no actuamos de forma responsable la posibilidad de que superemos la segunda ola es de un 20%”.

2.- Proyectos a corto plazo: en estos tiempos de pandemia es necesario no plantearse grandes proyectos a largo plazo, sino que debemos vivir el día a día con las limitaciones impuestas por la pandemia y siendo conscientes que esto pasará.

3.- Un “nosotros” fuerte: en estos momentos, más que nunca es necesario un vínculo sano con los familiares y amigos. Aunque no sea posible el contacto físico es aconsejable, al menos, la relación virtual para poder compartir nuestros miedos y temores, y también nuestras esperanzas. Para abortar la incertidumbre es necesario crear un clima (aunque sea virtual) de confianza y seguridad. Por esto, es preciso echar el ancla en un “nosotros” fuerte y acogedor que posibilite neutralizar nuestro sentimiento de incertidumbre.

4.-Promover una actitud de esperanza: es preciso cultivar un sentido positivo de la vida y el pensar que siempre, cualquier circunstancia tiene una salida saludable. La esperanza es una combinación de tener un proyecto y la confianza de que lo vamos a conseguir. Esta es la actitud sana ante la incertidumbre.

Con estas recomendaciones podemos allanar el duro camino de la pandemia y evitar que la incertidumbre se convierta en miedo y angustia y que se transforme en posibilidades y esperanza.

Dice un pensamiento tibetano: “La tragedia debe ser utilizada como una fuente de fortaleza”. Y concluye el Dalai Lama: “No importa qué tipo de dificultades tengamos, cómo de dolorosa sea la experiencia, si perdemos nuestra esperanza, ese es nuestro verdadero desastre.”


[1] Marina, J.A. y López Penas, M. (1999). Diccionario de los sentimientos. Barcelona: Anagrama, p. 113

[2] Morin, E. (2000). La mente bien ordenada. Barcelona: Seix Barral, p.76

Volver