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Desarrollo y salud

Número 138, Enero-Febrero 2015

El vínculo entre cuidado y salud

La palabra cuidado es rica en significados a veces controvertidos. Por una parte evoca la idea de un trabajo realizado con pericia y precisión; pero por la otra, significa preocupación por alguna cosa. Sugiere un verdadero modelo de comportamiento, un paradigma diferente del pensamiento, en el fondo, una ética; que no se puede fragmentar en un conjunto de hechos puntuales. Es más que la suma de operaciones concretas, tangibles, porque indica una predisposición interior.


Por Francesc Torralba

La práctica del cuidar es una acción responsable. Incluye la necesidad de escucha, de apertura, de comunicación, de capacidad de respuesta. La ética del cuidado, tal y como lo entiende Annalisa Marinelli es un modelo de acción que contiene características, procedimientos, praxis, técnicas y una temporalidad particularmente adaptada y eficaz en la lectura y gestión de la complejidad.
Existen diversas definiciones del acto de cuidar. Según el teólogo Leonardo Boff, el cuidado se da a priori, antes que toda actitud y de situación del ser humano. Es la condición de posibilidad de su propia existencia, de todo acto y pensamiento. La práctica del cuidar se halla en la primera raíz del ser humano, antes que éste haga o diga cualquier cosa.
REs una forma del propio ser de estructurarse y de darse a conocer. El cuidado entra en la naturaleza y en la constitución del ser humano. La forma de ser cuidado revela de forma concreta cómo es un ser humano. Sin la práctica del cuidado, el ser humano dejaría de ser humano. Si no recibiera cuidado desde el engendramiento hasta la muerte, se desintegraría, declinaría, perdería sentido y moriría. Si a lo largo de la vida no hace con cuidado lo que pretende hacer, acabaría por perjudicarse a sí mismo y por destruir todo lo que está a su alrededor. Por ello, el cuidado, según el conocido teólogo de la liberación, tiene que entenderse como algo directamente ligado a la esencia del hombre.
Según Leonardo Boff, el cuidado, más que un acto puntual, un movimiento concreto o un gesto esporádico, es una actitud. Representa una actitud de ocupación, de preocupación y de responsabilidad. Consiste en envolver afectivamente al otro, ponerlo a resguardo del mundo. Como dice Collière, cuidar es y seguirá siendo indispensable, no tan sólo para la vida de las personas, sino también para la continuidad de todo grupo social.
El cuidar está presente antes de la propia concepción del ser y acompaña todo su desarrollo hasta la muerte. De hecho, si no fuéramos acogidos, alojados en el vientre materno, en el mismo momento de la concepción, no podríamos desarrollarnos, ni crecer. Somos, gracias a que hemos sido cuidados mucho antes de nacer.
Como escribe Collière, cuidar es un acto de vida, cuyo objetivo no es otro que permitir que la vida continúe y se desarrolle. Es, en el fondo, una lucha contra la desintegración, la muerte.
El cuidado requiere de una atención a los sufrimientos múltiples que sufre el destinatario. Hay que ejercer la mirada atenta, la precisa observación del otro. Sólo si hay una comprensión global de la persona dependiente y no parcelada se puede ejercer correctamente el cuidado. La comprensión y el respeto son los dos ejes fundamentales. El cuidado responde básicamente a la necesidad de la persona dependiente de compartir la situación que experimenta. Es una práctica de comunicación, una forma de salvar al otro de su soledad frente a la enfermedad y la vida.
Cuidar de uno mismo significa adquirir los medios necesarios para preservar la propia integridad física y psíquica, consiste en cultivar la propia inteligencia. Cuidar al otro consiste en responder a sus necesidades, tanto de orden físico, como psíquico, social o espiritual.
La práctica del cuidar incluye una acción encaminada a hacer para alguien, lo que él solo no puede hacer, consiste en dar respuesta a sus necesidades básicas. Desde su origen, el ejercicio de cuidar ha ido siempre acompañado de la intuición y del trato amoroso. Cuidar a una persona es ayudarla a realizarse y a afrontar dificultades y crisis propias de la vida.
Cuidar es un arte y también una ciencia. Milton Mayeroff define el acto de cuidar como el de ayudar a un ser humano a crecer y a realizarse como persona. Platón defendía que señar a tener cuidado de uno mismo significa enseñar a ocuparse de la ciudad, a asumir la responsabilidad de la vida social y política de la ciudad, porque de hecho existe una íntima relación entre el ámbito personal y el público. Para tener cuidado de sí mismo, hay que vivir en una ciudad equilibrada y armónica, justa y pacífica en la que sea posible desarrollar el oficio de ser hombre.
Como dice Ida Faré, el cuidado es la ciencia de la ocasión. No es la respuesta a una programación pensada con atención y rigor nacional. Es la respuesta a las circunstancias y a las necesidades que de ella emergen y no siempre pueden anticiparse racionalmente. La ciencia de la ocasión se traduce, según como, en una caricia, en un abrazo o bien en una palabra de confort.
Esta flexibilidad extrema es la guía de la acción del cuidar. Es la práctica de una responsabilidad que no se nutre de principios filosóficos estáticos, sino de la fidelidad a la experiencia y el profundo conocimiento del contexto y de los elementos que inciden en la relación con el ambiente, el conocimiento del material disponible, el tiempo y el cuerpo de los demás.
Otra característica de la práctica del cuidar se puede definir siguiendo Annalisa Marinelli como la “relación con lo que es efímero”. En efecto, en la práctica del cuidar no tan sólo cuenta lo que es categorial, sino que tienen mucha relevancia los detalles, las cosas pequeñas, los gestos minúsculos que atesoran un gran significado y pueden tener un poder simbólico curativo. Las personas mayores y dependientes que hemos entrevistado han subrayado, como veremos después, el valor de los detalles, de lo que es efímero en el transcurso del cuidar. Estos pequeños detalles hacen amable la vida y dan sentido a cada momento.
La gratificación en este tipo de actividad no nace de la producción de un objeto, sino del desarrollo de una acción. Cuidar es árido, pero también aporta, como veremos más adelante, grandes beneficios, no sólo para la persona destinataria de los cuidados, sino también para el cuidador. El acento recae no sobre el objeto, sino sobre el proceso; el beneficio no es tangible, porque no se toca, ni se ve; es intangible, está en el valor de la relación.
En la relación de cuidado, las fuerzas de las personas en juego se alternan continuamente. En este sentido, hay que subrayar que la práctica del cuidar no tiene nada que ver con la azucarada retórica de la maternidad. El cuidado es, de hecho, práctica del conflicto, dos cuerpos y dos psiques que entran en interacción, un cruce de miradas, de palabras, de gestos, una confrontación, a veces dura, de identidades y de libertades contrapuestas.
Actuar con cuidado reclama el sentido de la medida, saber pararse a tiempo, no extralimitarse, ya que demasiado cuidado es nocivo, tanto como lo puede ser su falta. Esta ambigüedad es una característica inherente a la práctica del cuidar ya en la propia definición de la cosa. En el Diccionario podemos leer que cuidar a alguien significa prestarle atención, tener competencia, en definitiva, preocuparse por el otro.
La finalidad del ejercicio del cuidar es conseguir que el destinatario aprenda a cuidarse a sí mismo, a ser más autónomo, a tener capacidad de autocuidado. Esto, naturalmente, no es siempre posible, pero mientras existan posibilidades de progresar y de mejorar en la autonomía personal, la práctica del cuidar tiene que buscar estas pequeñas posibilidades y hacerlas realidad. La higiene corporal, ligada al respeto hacia uno mismo es la construcción de la independencia. Cuidar consiste, en último término, en transformar a la persona dependiente en persona independiente en la medida en que ello sea posible.
Como explica Jean-Gilles Boula en Le sens du soin, hay que reconocer que, en ocasiones, el cuidador experimenta una impotencia en el decir (impuissance à dire) y una impotencia en el hacer (impuissance à faire). Desde un punto de vista práctico, el ejercicio de cuidar se sirve de gestos que expresan proximidad con la persona destinataria. Esta impotencia es lógica, pero no se puede abandonar a él, sino que tiene que combatirla de raíz. No saber qué decir, ni saber qué hacer es una posibilidad muy humana, pero un cuidador, debidamente formado, tiene que poder responder a situaciones de esta índole.
En resumen, podríamos decir que el paradigma del cuidar se articula a partir de una constelación de elementos, entre los que podemos citar la complejidad, la flexibilidad, la gestión del imprevisto, el sentido de la responsabilidad, la capacidad de escucha y de adaptación al contexto, la valoración de las relaciones y la revelación del sentido.

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