Revista Humanizar

Destinos de salud

Número 117, Julio -Agosto de 2011

"Proponía destinos de salud"

Entre los “destinos de salud” que él proponía, vamos a explorar el de la sincera transparencia. Es probable que no sea el que a nosotros nos parezca más “saludable” pero la decisión de emprenderlo exige una confianza absoluta: Jesús promete que  nos conduce a buen término pero, según acostumbra,  no ofrece más garantía que su persona y su palabra.
Por Dolores Aleixandre, teóloga y biblista.
Vamos seguir el rastro a ese “destino de salud” contemplando el itinerario de aquella mujer del Evangelio que tenía un flujo de sangre (Mc 5,21-43). Marcos la hace entrar en escena enferma, sola y arruinada sin que detrás de ella se adivinen parientes ni amigos. Su pérdida de sangre, además de hacerla estéril, la encamina hacia la no-vida y la sitúa en el mundo de la impureza, la vergüenza y el deshonor, por eso no se atreve a hacer su petición en público. Llega movida por lo que ha oído sobre Jesús y en su gesto de tocarle aparece su deseo de alcanzar la fuente de un don que sólo puede ser recibido gratuitamente, en contraste con la fortuna gastada inútilmente en médicos. Su contacto con él se reduce a algo mínimo, como en las fronteras de su persona. En medio de la multitud, tanto ella como él aparecen vinculados por un  “saber” que los demás no tienen: Jesús sabe que ha salido una fuerza de él y la mujer sabe que se ha secado la fuente de su enfermedad.
Pero a Jesús no la basta con sanarla y no se queda satisfecho hasta que le plantea otra salud más honda y por eso pregunta quién le ha tocado. La mujer se le acerca asustada y temblando y comienza entre los dos un diálogo interpersonal en el que ella le confiesa “toda la verdad”. La sanación recibida abarca ahora no solamente su cuerpo, sino también su espíritu, sus temores, su vergüenza que desaparecen en la confianza del diálogo y en la experiencia de ser reconocida, escuchada y comprendida. Ella esperaba ser salvada en pasiva, pero Jesús emplea el verbo en activa y sitúa en ella el poder que la ha salvado: la mujer se marcha no sólo curada, sino habiendo escuchado una alabanza por su fe y recibido el nombre de "hija", un título familiar raro en los evangelios. Alguien se ha convertido en su valedor  y la ha declarado incluida en la familia del Padre, lejos de cualquier exclusión. La mujer, por su fe y por su absoluta sinceridad, ha sintonizado con el universo del Reino y ha entrado en él.
Ha aparecido una peculiar “propuesta de salud” por parte del Maestro que conoce bien qué caminos conducen a ella: “Atreveos a creer que vuestro poder reside precisamente en vuestros límites e impotencias reconocidos y asumidos. Dejad atrás vuestros miedos, id más allá de vuestras aprensiones, confiad en mí precisamente cuando pensáis que no tenéis remedio ni salida. No tratéis de esconder vuestra desnudez y vuestras carencias: exponedlas ante mí con toda la transparencia de que seáis capaces y abríos  a una salvación que acontece en el encuentro conmigo y en la acogida incondicional con que os abrazo. Aceptadme como compañero en este caminar  hacia vuestra verdad más honda: de verdad, de verdad os digo: al final del camino, en ese  fondo último y secreto de vuestro corazón, os espera el Padre que ve lo escondido. Y os invita a  entrar en su familia como verdaderos hijos e hijas”.

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