"Preparados, listos, ¡ya!"
Me asomo a estas páginas caminando y haciendo camino con quienes leen Humanizar tratando de hacer una pausa que sirva de poso. Me gustaría abordar asuntos que hablen de la persona, de nuestra condición antropológica…
Por Luis Aranguren, consultor y formador.
A lo largo de la historia de la filosofía son muchas las definiciones se han dado para responder a la pregunta sobre qué es el hombre, en qué consiste ser persona.
Para unos, se trata de un sujeto pensante; para otros, que es una esencia abierta…tantas y tantas definiciones que nos dejan más o menos tan fríos. Sin embargo, tengo para mí una definición de persona que desde hace tiempo asumo y comparto.
Se trata más bien de una descripción. Le preguntaban al pedagogo brasileiro Paulo Freire qué es eso de “ser persona”. Y él respondió: “la persona es… somos andando”. Y esta descripción me sedujo y despierta en mí buenas dosis de fe y esperanza en el ser humano.
La persona no es una realidad acabada. No es un dato más del mundo en que habitamos; solemos hablar: “atengámonos a los hechos, a los datos”. Y ahí, la persona no puede considerarse como un dato más, es irreductible a una cosa, a una función, a un lugar en un escaparate, sea del tipo que sea.
La persona no es, no puede ser un dato acabado. La persona ancla su vida en un movimiento interior, el de su propio crecimiento, en función del sentido que va dando a su vida, a su historia y a su porvenir. Por eso la persona no es, está siendo. Se conjuga siempre en gerundio: somos viviendo, amando, gozando, sufriendo, admirando, fracasando… andando.
Se trata de un andar físico y de un andar, sobre todo, interior. Cada uno de nosotros somos una realidad dinámica. ¿Qué quiere decir dinámica?, ¿que nos movemos? No solo. Ciertamente, dinamismo hace referencia a cambios físicos; así el dinamismo de nuestra biología nos permite andar por la vida con nuestras enfermedades a cuestas, con nuestros años y con nuestras progresivas lentitudes, que se oponen a las velocidades de los años jóvenes.
La sabiduría de la vida vivida nos invita a andar a un determinado paso: el nuestro, el de cada cual, sin pretensión de contentar expectativas de otros. Ni hay que ser eternamente jóvenes ni hay que parecerlo.
Pero igualmente existe un dinamismo interior que nos permite dar de sí lo mejor de nosotros mismos. Somos andando cada vez que amamos más y mejor, que sabemos esperar, que cuidamos del familiar enfermo, que somos dignos de confianza o que nos indignamos ante una injusticia. En ese trayecto vital se nos invita igualmente a andar hacia la espesura de nuestros adentros, en busca de lo mejor que hemos ido descubriendo en nosotros mismos y que nos han aportado las generaciones que nos preceden y los amigos del camino. Ese andar, necesariamente se expresa hacia afuera, hacia el mundo que construimos; es decir, hacia el camino que andamos.
Recordamos, con el poeta Antonio Machado, que se hace camino al andar, y es andando como somos y somos en la medida en que andamos. No es un juego de palabras. Es la fórmula que nos puede ayudar a no sentirnos parados en la estación de “Ninguna parte”. Es verdad que podemos pasar por momentos de desconcierto o deseos de detenernos o que se detenga el tiempo. Momentos idílicos y momentos de sufrimiento.
Pero somos caminantes. Siempre somos de un lugar y avanzamos hacia otros lugares, físicos o imaginarios, emocionales o racionales, cercanos o lejanos. Podremos descansar, pararnos a contemplar los vericuetos del camino, pero hemos de seguir caminando, no como obligación tortuosa sino como convencimiento de que solo somos personas en la medida en que somos andando… aunque vayamos en silla de rued