Revista Humanizar

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Humanizar para la paz

Número 182, Mayo-Junio 2022

Paz exterior y paz interior

Esta idea está especialmente presente en el pensamiento de Extremo Oriente. Tal ideal se puede aplicar en tres ámbitos, en el ámbito micro (el yo), en el ámbito meso (comunidades) y en el ámbito macro (mundo).

Si uno padece un exceso de pathos, no habrá paz en él, pero si es un individuo que tiene un exceso de logos tampoco habrá paz en su ser. Se requiere un equilibrio entre la vida exterior y la interior. Si un individuo tiene una hipertrofia de vida interior y no hay o apenas en él vida exterior, no estará en paz consigo mismo, pero si sólo hay vida exterior y no hay vida interior tampoco la habrá.

Desequilibrio en contrarios

Esta reflexión también puede aplicarse en el ámbito meso, es decir, en el ámbito de las comunidades, los cuerpos intermedios. Una comunidad,  una institución en la que sólo haya pesimistas, no tirará adelante, tiene que haber pesimistas y optimistas, tiene que haber equilibrio entre ambos, porque el pesimista identifica los problemas y el optimista da el impulso hacia delante. No estará en paz, si hay un desequilibrio entre los contrarios.

Esta tesis también se aplica a nivel macro, a nivel planetario. Si en una parte del planeta hay mucho más de una cosa que de la otra, se generará un desequilibrio.

La paz puede concebirse también al estilo de san Agustín como la tranquilidad en el orden. Es la tranquilidad que emana del orden. Del orden emana una experiencia de tranquilidad, mientras que del desorden, surge la intranquilidad. Orden para los griegos es cosmos, es un sistema en el que todo funciona como debe funcionar. Cuando se percibe esto, se goza de la paz, mientras que cuando el cosmos se convierte en un caos, entonces viene la intranquilidad.

Paz y orden

Siguiendo a la filosofía médica de Hipócrates, un cuerpo ordenado es un organismo que come lo que debe, bebe lo que debe, descansa lo que debe descansar. La consecuencia es una vida ordenada, tranquila. Para San Agustín, la paz es la tranquilidad interior que emana del orden, mientras que el conflicto es la carencia del orden. Si te duele algo es porque el cuerpo ha entrado en un proceso de desorden.

Para muchos teóricos, la paz es imposible en el mundo. Constituye un deseo que no se colmará nunca. Tanto san Agustín como Charles Darwin consideran que alcanzar la paz en el mundo es metafísicamente imposible. Consideran que el orden total es imposible, pues siempre hay algún tipo de interferencia, algún tipo de discontinuidad, en el cuerpo, en la familia, en el cuerpo social, precisamente porque la realidad es finita y, en tanto que finita, no es un orden total. Para san Agustín, la tranquilidad total es algo que está en la vida post mortem, en la vida eterna.

Para Charles Darwin la naturaleza es permanentemente una lucha de todos contra todos. Si partimos de una concepción antropológica en que el ser humano está en permanente lucha contra los otros y que las especies están en permanente lucha unas contra otras para alcanzar la supervivencia, ¿cómo se puede plantear la paz? ¿Cómo se puede siquiera atisbar?

Supervivencia gracias a la solidaridad

Frente a la tesis darwiniana, es necesario mostrar también que la supervivencia sólo ha sido y es posible  gracias a la solidaridad dentro de la especie tanto entre generaciones como dentro de una misma generación. La supervivencia de un niño recién nacido depende de la ayuda de otros, lo que significa que el cuidado es fundamental para que ese niño llegue a ser lo que está llamado a ser. Y el cuidado es una expresión de solidaridad.

La paz puede también concebirse como la aceptación del propio ser y  del propio origen. Cada cual tiene su origen y uno debe aspirar a estar reconciliado con su origen para estar en paz consigo mismo. Vivir en paz es aceptarse uno a sí mismo y reconciliarse con la propia genealogía, por difícil, extraña o penosa que sea.

La paz nunca es una casualidad. Es el resultado de un esfuerzo, el fruto de una ascética espiritual y física. Sosegarse es el primer movimiento, pues, sin sosiego, no hay posible acto contemplativo. La contemplación requiere, como condición de posibilidad, la paz interior, lo que los estoicos latinos llamaron la tranquillitas animae.

La admiración requiere sosiego

Cuando la mente está alterada por un pensamiento o por un sentimiento muy intenso, cuando un núcleo problemático atrae su interés, la atención se focaliza en un punto y no se da la receptividad necesaria para dejarse sorprender por la realidad. La filosofía nace de la admiración, pero la admiración requiere sosiego. Por este motivo, en un mundo acelerado y sin sosiego como el nuestro, la tranquilidad tiene pocas posibilidades de sobrevivir.

El gran obstáculo a la  paz es la dispersión del alma, ya sea de orden mental u emocional. La paz exige la renuncia a desear estar en todos los sitios; la renuncia a ocupar todos los lugares, a leerlo todo, a conocerlo todo. El afán por saberlo todo, por estar en todos los lugares, por desempeñar el máximo nivel de poder hace imposible albergar el sosiego.

Cómo escuchar el camino

Pasear por el mismo camino una y otra vez. Releer el mismo poema una y otra vez. Contemplar el cielo estrellado en invierno y en verano. Contemplar como fluye el rio ahora y mañana. La repetición es el único modo de penetrar en la estructura de la realidad, de apropiarse de ella. Sólo la reiteración del mismo acto hace posible que el paseante logre escuchar el camino, la llamada interior. La multiplicación de movimientos, el deslizamiento por la superficie calma la curiosidad primaria, pero no permite comprender lo que son las cosas.

Cuando la necesidad aprieta, cuando escuece el dolor, cuando preocupa el futuro o cuando sangra alguna herida del pasado, el sosiego del alma se desvanece. Entonces, la receptividad plena, la atención pura a la realidad, deviene imposible. Los sufrimientos del yo pesan en exceso como para abrirse a la realidad, como para olvidarse de uno mismo y entregarse a la meditación filosófica. Sólo si uno es capaz de desasirse de sí mismo, de desprenderse de las necesidades del yo, puede abrirse a la realidad.

La paz interior es tan extraña como insólita en la vida cotidiana, pues en la existencia humana, menesterosa por esencia, raramente se dan situaciones de total sosiego. Trabajo y lucha, como decía Sigmund Freud, son el sino de la existencia humana. Muy frecuentemente, en los escasos momentos de sosiego que uno degusta, el espíritu está como embotado, agotado por causa de la actividad laboral y es incapaz de asombrarse y de interrogarse por el ser de las cosas.

“¡Tomate tiempo!”

Existen paces parciales, breves paréntesis temporales, pequeñas pausas de tranquilidad que abren la senda al filosofar, pero de un modo discontinuo. El que se toma en serio la actividad de filosofar, sea o no un profesional de la filosofía, debe tomarse tiempo para tal actividad, para sosegarse y dejarse asombrar por la realidad. Como dice atinadamente Ludwig Wittgenstein, el saludo entre los filósofos debería ser: “¡Tómate tiempo!”.

            El verdadero obstáculo a la paz interior es el activismo, la obsesión por hacer cuantas más operaciones sea posible en el mínimo intervalo de tiempo. Esta pasión por actuar, nos hace insensibles al ser; sordos a su llamada. El sosiego mental, emocional y espiritual es la cuna de la contemplación y la contemplación es la fuente de interrogación, lo que activa la voluntad de conocer y el anhelo de comprensión.

Darse tiempo para uno mismo, vaciar de actividades la vida personal es velar para que la paz  interior tenga lugar. El activismo es, frecuentemente, una mera operación de ocultación, un mecanismo para rehusar la pregunta inherente al acto contemplativo; es decir, un acto de cobardía.

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