Invisibles: la cara B de la realidad
Enero - Febrero 2024
"Si cuido de mí, ya estoy cuidando mejor de otros. Uno mismo es la fuente de los cuidados"
¿La labor del cuidador de una persona enferma o dependiente, es invisible y poco considerada socialmente?
En una cultura de consumo hedonista, sólo cuando la vida te pone en necesidad de dar o recibir cuidados ves lo necesaria, compleja y cambiante que es esa tarea. Hasta entonces ha pasado desapercibida. Eso lo trae la maduración de la vida. Hay enfermedades que absorben la atención por los tratamientos, las medicaciones, los hospitales, se pasa uno la vida administrando medicinas y en trámites administrativos; allí es cuando se valora la escucha, la paciencia, la ternura, la atención sin prisas.
¿Cuándo debe un cuidador pedir ayuda?, ¿qué signos o situaciones son las que le deben hacer dar ese paso?
El cuidador tiene una excesiva atención hacia otra persona, hacia un trabajo que a veces es muy exigente y para el que no hay entrenamiento. Uno tarda tiempo en darse cuenta de eso. Al olvidarte de ti y de tu estado anímico, energético, vital, espiritual, puedes estar funcionando mal porque no ves que se ha encendido la “reserva”. ¿Qué hay que hacer?, entrenar cada uno su capacidad de darse cuenta pronto de cómo está íntegramente como ser humano, para que en cuanto haya déficit se pueda corregir. Estar atento a uno mismo, porque uno mismo es la fuente de los cuidados.
¿Es allí cuando surge la necesidad de cuidarse?
Lo resumí en mi libro “Saber cuidarse para poder cuidar”, es algo que se dice fácil, pero es una sabiduría muy compleja porque yo no puedo dar otros cuidados más allá que aquello de lo que dispongo. Si está uno está cansado o deprimido, no puede dar ánimos, si uno está desesperanzado lo que uno dice no comunica esperanza. Hay que saber estar uno atento a sí mismo.
En una sociedad en la que se vive con tanta rapidez, ¿es difícil escuchar y ser escuchados para atender todo esto?
Cuando se es cuidador por profesión, por vocación de servicio, se llega a ignorar la propia necesidad. Y cuando te das cuenta la minusvaloras, porque uno como profesional adopta el papel de incombustible, entregado… y se autoexige, como me ocurrió mí. Hasta que vi que necesitaba dormir más, descansar y comunicarme con otros, vi que llevaba mucho en esto y que se me da bien cuidar, pero donde yo claramente he fallado y veo a otros fallar es en cuidar el “depósito de gasolina”.
¿Cómo se puede ayudar a quienes cuidan?
El que entrena a los cuidadores debe tener cuidado de no abrumar, no dar tantas recomendaciones, no dar al cuidador un perfil tan alto, que cuando acabe la charla lo crea imposible: comunicación, empatía, relajación, compasión, meditación… creerá que todo eso implica mucho.
Que quede claro, no solo en el ámbito teórico, que si cuido de mí, ya estoy cuidando de otros; si me organizo para dormir mejor, para estar un rato en silencio, para recuperar el ánimo paseando al sol, cosas sencillas que las hago para mí, no son un egoísmo que me aleje del cuidado a otros. Lo que en ti hay es lo que compartes y transfieres; es sabernos vasos comunicantes. Si tú te rellenas, hay para dar a otros, y si estás agotado no tienes nada que dar.
¿Cómo lograr ese equilibrio?
Atender a otra persona es escuchar para ver qué necesita. Preguntar cómo está de varias maneras, que no se limite a una sola respuesta. Mi receta es escuchar diez veces más del tiempo que yo dedico a hablar. Escuchar largamente antes de opinar garantiza que me estoy actualizando sobre ti y facilitándote que tú reflexiones, y ese minuto mío es una re-pregunta inteligente de cosas que no han quedado suficientemente explicadas. Por ejemplo ¿qué tal duermes?, eso es clave para cualquier cuidador. Lo decisivo no es que yo te eche el sermón, sino que tú, acompañado de mí, reflexiones sobre lo que necesitas.
En todo esto, se puede cuidar al cuidador que se deja cuidar, porque intentar cuidar al cuidador es una cosa, pero que se dejen cuidar es la parte más difícil.