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La pirámide de edades

Número 164, Mayo-Junio 2019

"Aceptar la propia edad"

La vida es ese entretejer de ausencias y presencias, de noches oscuras y días soleados, donde lo más importante es que cada momento sirva para conseguir la armonía final y total
Por Alejandro Rocamora, psiquiatra.

Por esto, no nos podemos quedar en el dolor de la piedrecilla que se mete en el zapato (la adversidad: la enfermedad, la muerte, el desamor, etc.) sino que debemos recorrer el camino (la vida) para recoger nuestra recompensa: el llegar a la meta (la muerte) en armonía con uno mismo y con los demás. Una de esas piedrecillas es la aceptación del paso del tiempo.

Aceptación

Aceptar es una palabra mágica que se utiliza con frecuencia en nuestra vida cotidiana como solución de los problemas (“tienes que aceptar ese trabajo”, “tienes que aceptar a tu hermano”, “tienes que aceptar…”) pero que es difícil de llevar a la práctica. Es como una “varita mágica” que esgrimimos fácilmente ante la adversidad o las contrariedades de la vida, pero que pocas veces es resolutiva. También “lo bueno” debemos incorporarlo a nuestra existencia: un ascenso en el trabajo, el nacimiento de un hijo o el premio de la bonoloto,  por poner solo tres ejemplos. Entre esas contrariedades está la aceptación del paso del tiempo en nuestras vidas. Deberíamos alegrarnos por vivir un día más, pero con frecuencia aparece la queja por nuestras deficiencias físicas o psicológicas que conlleva la edad.Aceptar supone adaptarse a la nueva situación (“buena o mala”) no de forma pasiva o resignada, sino provocando sacar el mayor beneficio de lo que en principio no es deseado: en nuestro caso, el deterioro propio de la edad. En el proceso de adaptación de una situación, siguiendo a Piaget, podemos decir que se produce un doble movimiento de acomodación y asimilación. En nuestro caso, la persona debe asumir los cambios físicos, cognitivos, relacionales que el devenir de la existencia nos provoca y también debe acomodarse a la nueva realidad de forma activa y no dejarse llevar por la pasividad y la inercia. Este proceso de adaptación se produce en cualquier situación de cambio de nuestra vida. Imaginemos una ruptura sentimental: la persona debe asumir el hecho doloroso de la pérdida, pero también debe acomodarse a la nueva situación de estar solo. Este doble movimiento es el que  puede conducir a una salida sana de la ruptura amorosa.

Persona y edad

La existencia es un proceso con un largo o corto recorrido. Lo importante, más que el recorrido, es cómo se vive. Eso sí siempre es importante vivir cada momento con plenitud.    Simplificando mucho, la edad se puede vivir de dos maneras negativas: por exceso o por defecto. La primera presupone que tenemos cualidades de la que  carecemos: así, el adolescente que actúa y vive como un adulto (asume la responsabilidad de su casa, cuida de los hermanos pequeños, etc.), o el anciano que viste como un adolescente, actúa como un adolescente y desea realizar actividades deportivas como un adolescente. En ambos supuestos, el adolescente y el anciano están abocados al fracaso, que se puede manifestar por la angustia o incluso por la desesperación. La solución está en “acomodar” sus objetivos a su edad y “asimilar” las deficiencias y posibilidades de la edad del adolescente y del anciano.    La postura adecuada es ser capaz de ser uno mismo con sus deficiencias, pero también con sus posibilidades. Tanto el adolescente, como el joven, el adulto y el anciano tendrán un desarrollo adecuado si se adaptan  a su propia realidad.

El adolescente

La adolescencia es una "crisis evolutiva"  que implica todo un proceso psicológico de separación-individuación. Romper con la infancia e ir configurando su propia identi¬dad. Casi nada. Y este segundo nacimiento (nacer a la vida adulta y a la plenitud de derechos y deberes) no se hace de forma brusca, aunque no por ello dejar de ser traumático.          La adolescencia es una etapa de desarrollo evolutivo en la que se producen cambios cualitativos y cambios cuantitativos. De alguna manera surge un producto nuevo (el adulto, cualitativamente diferente) pero insertado en las características de la infancia del sujeto: es como si los rasgos de la infancia se intensificaran (dimensión cuantitativa). En el adolescente, pues, se produce un cambio pero amasado desde la propia personalidad del niño: el adolescente es el mismo, pero diferente.         Lo que define al adolescente, pues, es el cambio: paso de niño a adulto con todo lo que esto significa de miedo a lo desconocido y pérdida de la seguridad de lo conocido (infancia). Podemos imaginar al adolescente como un explorador de sus propias vivencias y del mundo que le rodea. El adolescente va desbrozando la maleza que encuentra en su camino, hacia otra persona más segura y conocedora de sus posibilidades y límites, y también aprende a situarse junto a los demás.           La adolescencia es un paso de la infancia a la adultez: el adolescente debe asimilar los cambios corporales, psicológicos y relacionales que se están produciendo y al mismo tiempo debe acomodarse a su incipiente inicio de la adultez. De esta manera la salida de la adolescencia será adecuada y satisfactoria.

El anciano

Envejecer es sinónimo de esperanza y temor, al mismo tiempo: esperanza por acabar los proyectos nuevos y antiguos, pero también todo envuelto en la angustia de quedarse a medio camino.    Sin embargo, la vejez también se puede vivir como lo que realmente es: una etapa de la vida. Jung la denominó como “fase cultural”. La cultura entendida no solamente como adquisición de conocimientos, sino más bien como la búsqueda de la propia plenitud, en todas las dimensiones de la persona: artística, espiritual, intelectual, relacional y afectiva. De esta forma, la vejez es como la culminación de un complejo proceso que se inicia con el nacimiento. Llegar a viejo es, pues, la oportunidad de redondear y completar toda una existencia. Es la posibilidad del cerrar el círculo de la propia vida, que diría V. Frank.Hay viejos y viejos efectivamente. Es decir, personas que contemplan esta etapa de la vida como un declive de todas su facultades (psicológicas, físicas y sociales) o bien sienten la vejez como “un resbalarse hacia la muerte (que diría Freud), algo así como la antesala de la desintegración. En esta línea se sitúan aquellos que afirman que el miedo a envejecer es patrimonio de los jóvenes y el miedo a la muerte el distintivo de los ancianos.        Dos posturas extremas pueden ejemplarizar este miedo: la preocupación por parecer más joven o el intento de mostrarse más viejo.    La primera se manifiesta a través de la negación de las limitaciones propias de la edad, o bien, en copiar a los jóvenes hasta en la vestimenta. A todos nos gusta oír aquello de “parece que el tiempo no pasa por ti”. A unque la verdad esto no se dice precisamente cuando las huellas de los años son más manifiestas.    Por el contrario, también existen personas cuya actitud es la opuesta: presentan su condición de viejos como una forma de conseguir, si no admiración, al menos pena y lástima y ser visibles a los demás. En estos casos, la vejez y sus achaques son la tarjeta de presentación. Su mensaje es algo así como: “aunque no me quieras por mí, cuídame por lo desgraciado que soy”.    Tanto una actitud como otra están indicando un rechazo a la vejez, y en definitiva, es una reacción narcisista, que impide admitir las propias limitaciones y que el ser humano es finito, por definición.

Conclusión

A veces, nos empeñamos en realizar funciones para las que no hemos sido creados. Así la luz está para iluminar, el fuego para calentar y la persona para amar. Lo negativo no es lo que se hace, si esto constituye la propia esencia; lo perverso es cuando actuamos donde no nos corresponde o haciendo actividades que corresponden a otra etapa de nuestra vida. Es lo que ocurre cuando la luz ciega, el fuego quema, el adolescente actúa como adulto o el anciano vive como un adolescente. Por esto un buen slogan para tu vida es: se tú mismo.

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