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La pirámide de edades

Número 164, Mayo-Junio 2019

"Cultura del descarte: jóvenes y ancianos"

Una de las expresiones más llamativas de la retórica discursiva de Jorge Mario Bergoglio es la cultura del descarte. Se refiere a ella en múltiples discursos y alocuciones. Se puede definir como una forma de discriminación, como una práctica de la exclusión. Por Francesc Torralba, bioeticista.

Consiste en cultivar una ideología que conduce a separar a los seres humanos en categorías, de tal modo que quienes no cumplan los requisitos que impone la cultura estándar son, sistemáticamente, descartados, situados en el ámbito de la marginalidad.
El papa Francisco critica, con ahínco, esta cultura del descarte que se ha vuelto hegemónica en nuestro mundo, porque vulnera la dignidad sublime de toda persona humana, tesis central de la Doctrina Social de la Iglesia. Descartar a un ser humano ya sea por su poder adquisitivo, por su color de piel, por su condición social, religiosa o económica o, simplemente, por sus creencias o ideas, es sucumbir a la cultura del descarte.  

La “aporofobia”
A lo largo de su magisterio, el papa Francisco, inspirándose en el profeta Amós, analiza los colectivos humanos que son víctimas de esta cultura del descarte. Presta atención, en primer lugar, a los pobres.
Se observa en el mundo que vivimos una forma creciente de aporofobia, neologismo de nuevo cuño, ideado por la filósofa valenciana, Adela Cortina, que significa, literalmente, miedo o temor al pobre y, justamente, por eso, se le aparta, se le margina, se le separa del cuerpo social.
Esta cultura del descarte aplicada a las personas que carecen de recursos y de poder adquisitivo es especialmente visible en el sistema neoliberal donde la cultura del tener lo es todo. El descarte de los pobres violenta la ética que emana del Evangelio, pues los pobres son los predilectos de Jesús. En la propuesta cristiana, lo esencial de la persona no es lo que esta posea, tampoco lo que deje de poseer; sino que es su ser o el mero hecho de ser persona lo que realmente tiene valor.

Los frágiles y vulnerables

La cultura del descarte también afecta, negativamente, a todas las personas frágiles y vulnerables, a los seres humanos que padecen enfermedades, dolores, dependencias y deficiencias de todo tipo. Las víctimas de esta cultura del descarte son las personas frágiles.
En la cultura imperante en la sociedad occidental, la salud constituye el principal valor de la pirámide axiológica social, con lo cual, la enfermedad, la carencia, la vulnerabilidad, se excluyen sistemáticamente. Sin embargo, en la antropología de corte bíblico, el ser humano es definido, como un ser frágil que requiere esencialmente del cuidado de los demás y del cuidado de Dios para poder permanecer en la existencia. Dentro del universo de seres descartados están los enfermos mentales, las personas discapacitadas y los ancianos dependientes.

Los ancianos

La cultura del descarte no solo afecta a los pobres y a los grupos vulnerables, incide gravemente en el conjunto de los ancianos que, a juicio de Jorge Mario Bergoglio, son sistemáticamente relegados del cuerpo social en el marco de la cultura occidental contemporánea. El anciano, en el pensamiento del papa Francisco, juega un rol muy valioso en la sociedad, pues es el testimonio de la memoria colectiva, la presencia viva de las raíces de una cultura, de una tradición.  

Los jóvenes y niños

Al descartar su voz, al ignorar su visión y su aportación, la cultura pierde sus raíces, sus orígenes, el valor de la memoria. No solo los ancianos son descartados en nuestra cultura contemporánea, también se descarta, a juicio de Jorge Mario Bergoglio, a los niños, a los jóvenes y a los moribundos. Muchos niños son tratados como fuerza laboral en situaciones de extrema precariedad. Muchos jóvenes son descartados de la sociedad, no se les acepta o bien se les explota laboralmente para conseguir el máximo beneficio de su talento y energía vital con el mínimo coste posible.

El concebido, no nacido

Otro colectivo que es víctima de la cultura del descarte son los seres humanos concebidos, pero no nacidos. El papa Francisco critica la cultura de la muerte que reina en nuestro mundo y la destrucción de vidas humanas emergentes por distintos motivos. La interrupción voluntaria del embarazo es, a su juicio, una expresión más de esta la cultura del descarte que penetra en todas las esferas de la sociedad. A través de esta práctica, se descarta el nacimiento de un ser humano inocente que no tiene ninguna posibilidad de decidir respecto a su futuro, ni de defender sus derechos.  
En plena sintonía con el pensamiento de san Juan Pablo II y del papa emérito, Benedicto XVI, el papa Francisco defiende una cultura abierta a la vida, capaz de acogerla tal y como es, con el respeto que corresponde a su dignidad humana. En Evangelium vit? se recuerda que el nasciturus debe ser tratado como persona humana desde el mismo momento de la fecundación hasta su muerte natural.  

La cultura de la acogida

Frente a la cultura del descarte, el papa Francisco nos exhorta a practicar la cultura de la acogida. Acoger al otro significa dedicarle tiempo y espacio, atenderle en nuestra propia casa, lo cual solo es posible si se superan muchos prejuicios, tópicos y estereotipos que actúan como barreras invisibles.
Los descartados son los que sobran, los que la sociedad expulsa de su vientre. En las grandes ciudades, el papa Francisco se refiere a ellos con otra expresión, los sobrantes urbanos. Con esta expresión se refiere a miles de seres humanos que son descartados, que malviven y mueren en las calles de las grandes urbes del mundo y forman parte de los seres invisibles que ni siquiera rompen la indiferencia de los ciudadanos.  
La consecuencia de la cultura del descarte es la invisibilidad del colectivo afectado, lo cual es un proceso activo en el cual se evidencia el desprecio.


La cultura del desprecio

¿Qué es propiamente el desprecio? Un comportamiento respecto a una persona o un colectivo como si esta o este  no estuvieran y que, para ella o para él, se torna muy real. La visibilidad, por el contrario, significa reconocer los rasgos más relevantes de una persona o un colectivo. La cultura del descarte tiene profundas afinidades con lo que Axel Honneth, filósofo de la tercera generación de la Escuela de Frankfurt, denomina la sociedad del desprecio.
La preponderancia del utilitarismo económico en el imaginario colectivo tiene como consecuencia esta cultura del descarte. Se descarta al que es inútil, al que no aporta, al que no puede proseguir el ritmo de producción y de consumo que la sociedad hiperconsumista impone.

La empresa, ¿socialmente responsable?

Frente a esta situación, un actor social imprescindible para combatir la cultura del descarte es la empresa. El papa Francisco, en sintonía con Benedicto XVI en Caritas in veritate, defiende una empresa socialmente responsable, capaz de integrar a los descartados, de actuar responsablemente, de ser sensibles a los colectivos más vulnerables de la sociedad y de empoderarles para que puedan aportar su talento a la sociedad y generar riqueza.
En la nómina de los descartados, están también las familias. A su juicio, nuestra cultura descarta a las familias, pero también la opción por la familia, como consecuencia de un individualismo agresivo que penetra por todos los intersticios de la sociedad.
También se descarta a las minorías culturales, lingüísticas y espirituales como consecuencia del proceso de uniformización. La uniformización conlleva, a su juicio, un enorme empobrecimiento, pero no solo eso, también una injusticia al descartar las singularidades culturales, lingüísticas y espirituales de cada identidad. El papa Francisco defiende la unidad y la armonía, pero no la uniformización, porque ello representa una violencia contra las identidades existentes.

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