Migrantes
Julio - Agosto 2024
Expulsados por la crisis climática
Existe la denominación y existe la realidad; lo que aún no se ha conseguido es su reconocimiento jurídico, a pesar de que las reclamaciones no han cesado a lo largo de estas casi cuatro décadas. Hace unos años, estas páginas referían el caso de Ioane Teitiota, nacido en la República de Kiribati, la primera persona que solicitó ser reconocido, junto con su familia, como refugiado climático en Nueva Zelanda. El Gobierno neozelandés les denegó el asilo en otoño de 2015, a pesar de que el matrimonio Teitiota llevaba en el país desde 2007 y sus hijos han nacido allí. Y eso que razones no les faltaban: en Kiribati, situada en el Pacífico a dos metros sobre el nivel del mar, las fuentes y desagües ya están salinizados a consecuencia de la subida del nivel del mar por el calentamiento global.
Según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), “tormentas, ciclones, huracanes, inundaciones, incendios y sequías obligan a huir de sus hogares a más personas que cualquier guerra”. Los desastres llamados “naturales” provocaron en 2022 la cifra récord de 32,6 millones de desplazamientos, de los que el 98% estuvieron relacionados con el clima según el Centro para el Monitoreo del Desplazamiento Internacional. El 84% de los refugiados y solicitantes de asilo huyeron de países altamente vulnerables al clima, lo que supone un aumento respecto a 2010, cuando fueron el 61%. Un informe del Banco Mundial publicado en 2021 alerta de que el cambio climático puede provocar 216 millones de desplazados en 2050.
Los más pobres entre los pobres
Asia y, sobre todo, África son los continentes de donde proceden más refugiados ambientales, lo que resulta sangrante, porque es el continente que menos emisiones de gases invernadero genera. Quienes menos se provechan del festín consumista son quienes más sufren las consecuencias, y en condiciones de mayor desprotección.
África Oriental se ve afectada por fenómenos meteorológicos adversos y en unos meses han pasado de la sequía a lluvias torrenciales que han provocado inundaciones, corrimientos de tierra, fuertes vientos y granizo que han agravado la vulnerabilidad de las comunidades afectadas.
En Burundi, entre septiembre de 2023 y el 7 de abril de 2024, los efectos de “El Niño” desplazaron a más de 98.000 personas, destruyeron más de 19.250 viviendas y 209 aulas, y dañaron más de 40.000 hectáreas de cultivos. Casi la mitad de la población refugiada del país vive en zonas afectadas por las inundaciones y 500 personas necesitan ayuda urgente.
Según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), las fuertes lluvias y las inundaciones repentinas dejaron en Kenia más de 103 muertos, 29 heridos, 21 desaparecidos, 150.365 personas desplazadas y casi 191.000 afectados hasta el 28 de abril. Unas 20.000 personas ya estaban desplazadas en los campos de refugiados de Dadaab, que alberga a más de 380.000 personas. Muchos de ellos habían llegado en los últimos años de la vecina Somalia a causa de la grave sequía que sufre el país. Ahora, unas 4.000 personas se refugian en escuelas que han sufrido daños graves y donde varias letrinas han colapsado, lo que aumenta el riesgo de contraer enfermedades mortales.
En Somalia, tras la sequía, llegaron las inundaciones, que han provocado más de 46.000 desplazados. Se estima que más de 124.155 personas se han visto afectadas en todo el país hasta el 28 de abril, con más de 5.130 desplazados, según la OCHA. Según las autoridades de Tanzania, las inundaciones y corrimientos de tierra provocados por semanas de lluvias torrenciales han causado 155 muertos y 236 heridos hasta el 25 de abril. Más de 200.000 personas refugiadas se han visto afectadas.
Estas personas no sólo pierden sus posesiones, sus raíces y sus redes sociales, sino que con frecuencia incluso la vida por culpa de las políticas poco acogedoras de los países a los que se llegan y por la militarización de las fronteras. Además, siguen sin ser reconocidos como refugiados ambientales, por lo que los Gobiernos los consideran migrantes económicos. En el caso de la pérdida del territorio completo de un Estado, corren el riesgo de convertirse en apátridas.
En su primer informe de evaluación, en 1990, cuando aún mucha gente se atrevía a poner en duda la gravedad -y la mera existencia- del fenómeno, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) ya advirtió de que su mayor efecto sería posiblemente sobre las migraciones humanas. Calculaba que en el año 2050 los desplazados ambientales por esta causa podrían ser 150 millones. Estimaciones más recientes elevan considerablemente la estimación.
Una puerta se entreabre a la esperanza
La familia Teitiota, que fue deportada, no se rindió y recurrió al Comité de Derechos Humanos de la ONU. En 2020 el Comité desestimó el caso, pero la sentencia abrió una puerta que hasta ese momento más bien parecía un muro, al determinar que las personas que huyen de los efectos del cambio climático y desastres naturales no debe ser retornadas a sus países de origen si los derechos humanos fundamentales se pusieran así en riesgo. Es una decisión histórica que podría tener implicaciones de amplio alcance. El fallo hace hincapié en la importancia de que los Estados se impliquen en prevenir y mitigar las consecuencias y efectos del cambio climático, que cada vez ocasiona más desplazamientos de población.
En un artículo publicado antes de la Cumbre de Paris (COP21), Florent Marcellesi y Rosa Martínez, de Equo, escribían: “Nuestras economías y nuestro actual modo de vida se sostienen a costa del planeta y de las personas que en él habitan, forzando migraciones masivas a las que no somos capaces de dar una respuesta ni jurídica, ni humana. Adaptar los mecanismos legales a las realidades cambiantes es solo el primer paso para ofrecer una vida digna a quienes están pagando nuestra factura climática. Reducirla y dejar de cargarla en cuenta ajena es el siguiente. Para ello, movilización ciudadana y presión política son fundamentales: en las urnas, en la COP21 o en nuestras vidas diarias. Hagamos de la batalla contra el cambio climático una prioridad.” Hagámoslo.