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Misericordia hoy

Número 144, Enero-Febrero 2016

MISERICORDIA VS. FRIALDAD

La misericordia tiene como epicentro el corazón, pero no por ello carece de legitimidad racional. Se opone a la indiferencia, a la pasividad y posibilita el vínculo con el otro extraño y vulnerable

Por Francesc Torralba Sentir misericordia significa sentir el dolor ajeno como si fuera propio, lo cual conduce, inevitablemente a la acción, a una acción que tiene como fin salvar al otro de su naufragio. 

    El gran obstáculo a la práctica de la misericordia es la frialdad, la indiferencia frente al sufrimiento ajeno, la cerrazón en uno mismo y el aislamiento intencional del estado anímico y físico de los demás. Es un proceso de impermeabilización, de pérdida de los lazos afectivos que debe haber entre los seres humanos, de las relaciones de fraternidad existencial que tienen que regular nuestra relación como especie más allá de los credos e ideologías.

Esta herida no es una casualidad. La frialdad aparece como una armadura, como un método de defensa, como un sistema de refugio frente al dolor del mundo. Cuando alcanza su máxima expresión, hiere profundamente a la persona que la sufre, porque pierde su misma humanidad. Entonces se convierte en un esperpento de lo humano, en una imagen grotesca y deformada de lo que es, porque al aislarse e insonorizarse de los otros, acaba encerrada en una forma de existencia atomizada y autista.

Esta tendencia a la cerrazón, a aislarse de los otros es, en parte, consecuencia del exceso del mal, de la saturación que percibe el ciudadano. Los estímulos que torpedean su consciencia son tan sumamente negativos y dolorosos que tiende a protegerse de ellos e inmunizarse. La consecuencia de ello es la banalidad del mal, la incapacidad de sufrir con el otro, de padecer con él. Se opta por la vía individualista, por limitar la mirada a los propios problemas o, a lo sumo, a los del clan, como salida, como escapatoria. 

La frialdad es la consecuencia fatal del miedo. Consiste en concebir al otro como un ser separado, inconexo, independiente de mí, como una realidad ajena que nada tiene que ver con mi ser, ni con mi destino en la historia.

La frialdad es la práctica de la ceguera y de la sordera de un modo intencional. Sólo es posible ejercitarla si uno se entrena en no ver lo que duele y en no escuchar el llanto de los que sufren. Es una retirada del mundo, una práctica de la evasión que no se realiza por frivolidad, sino por supervivencia.

La filosofía que rige la frialdad anímica es clara: el mundo es demasiado duro como para resistirlo; por consiguiente, uno debe ser fuerte y astuto, tener carácter y valor para no deshacerse en lágrimas. Es una filosofía de la voluntad, una negación de la emotividad y de los lazos humanos.

La frialdad, muy extendida en las grandes urbes y en la vida económica, es consecuencia de la indiferencia, de la fragmentación de la sociedad, del temor a involucrarse en la vida del otro y de padecer lo que él padece. No es una casualidad. En el fondo, se trata, para decirlo con Ana Freud, de un mecanismo de defensa, de un modo de parapetarse y ahorrarse sufrimiento. Ningún ser humano desea padecer y, por ello, trata de separarse del sufrimiento ajeno y elevar un muro metálico para no percibirlo.

La frialdad se opone a la misericordia, a la empatía, a la proximidad, al sentido de pertenencia a un Todo. Se funda en la filosofía de la desconexión. Se entiende que la frialdad es el único modo de poder sobrevivir, una práctica que tiene como objetivo final ser indiferente al mundo, al llanto de los otros, a sus desgracias y miserias.

La imposibilidad de percibir el sufrimiento ajeno es una grave herida del alma. No cabe duda que en el otro extremo opuesto está la hipersensibilidad, la hipercompasión que acaba causando gran sufrimiento en uno mismo, porque las tragedias del mundo le absorben a uno hasta tal extremo que se siente incapaz de actuar.

La frialdad conduce a la parálisis; pero la hipersensibilidad también. Lo más arduo es conjugar dialécticamente la vinculación afectiva con el otro, experimentar la unidad con su ser y, simultáneamente, el desapego, la capacidad de no ser poseído por tal sentimiento, la facultad de no quedar atrapado por el objeto de compasión. La frialdad no es desapego; es inhumanidad. La compasión es vinculación con el destino del otro, pero cuando esa vinculación se convierte en apego, pierde su carácter universal, su perspectiva cósmica y acaba generando formas de discriminación.

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