Refugiados
Marzo-Abril 2017
La mudanza
Así, en singular. En nuestros casi cincuenta años de vida conyugal, sólo hemos hecho una mudanza. Y fue a los pocos años de casarnos, porque los hijos estaban viniendo muy juntitos y necesitábamos una habitación más..
Por Pepe de Lucas
Luego ya nos acomodamos al piso y al barrio. Un barrio nuevo, entonces con algunas carencias, y ahora “con todo lo necesario”: metro, varios autobuses, centro comercial con sus cines y todo, dos parroquias, colegios que ahora utilizan los nietos, hospitales, y salida fácil a las autovías de circunvalación.
Habría sido difícil no “acomodarse”.
Nuestra opción habitacional tiene sus matices sociológicos, laborales y económicos, que de todo se ocupan en las tertulias de la tele.
Tener un piso en propiedad en vez de en alquiler, te ancla profesionalmente; no te anima a la movilidad laboral, y hoy el mercado de trabajo es voluble y conviene estar dispuesto a lo que sea, donde sea.
En el otro sentido, el no estar de mudanzas cada dos años, anuncia en tu currículo que eres un tipo estable, no necesariamente de ideas fijas, pero sí con una orientación en la vida; no eres un catacaldos.
En todo caso, lo del mercado laboral ya no nos toca, porque la pensión nos la ingresan en el banco, con su 0.25 de subida cada año.
Mantener el mismo piso también quiere decir que tienes capacidad para la convivencia, que no te has tirado los trastos con los vecinos más allá de darles unos toques en la pared cuando alguna fiesta. Y que no tratas de enriquecerte mediante la especulación.
Algo así como un “conservador”, supongo.
Luego viene el debate sobre si para la economía propia y la nacional, es mejor el alquiler o la compra. Nunca me han quedado claros los efectos macro de mis decisiones micro. Somos de la generación en que se buscaba, y era posible, el afirmar tus bienes raíces (creo que se dice así), y tener un trabajo fijo, un coche propio (no en leasing, que no existía) y una pareja estable. Y un piso “para toda la vida”.
Hasta hace poco conservábamos un segundo televisor de los de voluminosa panza posterior, pero era más por reliquia que por necesidad. Ahora nuestros dos televisores son no enormes, pero sí de pantalla plana. Como Dios manda.
Lo malo son los telediarios.
Personas, familias enteras, pueblos enteros, en trágica mudanza.
Después de contar todo lo anterior, parar en lo que viene, sólo puede ser una trasposición grosera, hecha sin riesgo al calor de nuestra calefacción central. Pero tenía que hacerlo.
Para muchos, su relato sería que tienes que salir huyendo de tu casa porque las bombas arrasan tu pueblo y te persiguen por lo que eres o lo que piensas o porque estabas allí, y vas literalmente con lo puesto miles de kilómetros, y tienes que pagar por un “plan de viaje” hacia no sabes dónde, y te encuentras alambradas físicas, y tú ni entiendes nada ni nadie te entiende, y la muerte es de lo menos malo que te puede pasar, y…
Me gustaría apagar la televisión. Pero no puedo apagar la realidad. (disfruta el texto completo en HUMANIZAR en versión papel).
Luego ya nos acomodamos al piso y al barrio. Un barrio nuevo, entonces con algunas carencias, y ahora “con todo lo necesario”: metro, varios autobuses, centro comercial con sus cines y todo, dos parroquias, colegios que ahora utilizan los nietos, hospitales, y salida fácil a las autovías de circunvalación.
Habría sido difícil no “acomodarse”.
Nuestra opción habitacional tiene sus matices sociológicos, laborales y económicos, que de todo se ocupan en las tertulias de la tele.
Tener un piso en propiedad en vez de en alquiler, te ancla profesionalmente; no te anima a la movilidad laboral, y hoy el mercado de trabajo es voluble y conviene estar dispuesto a lo que sea, donde sea.
En el otro sentido, el no estar de mudanzas cada dos años, anuncia en tu currículo que eres un tipo estable, no necesariamente de ideas fijas, pero sí con una orientación en la vida; no eres un catacaldos.
En todo caso, lo del mercado laboral ya no nos toca, porque la pensión nos la ingresan en el banco, con su 0.25 de subida cada año.
Mantener el mismo piso también quiere decir que tienes capacidad para la convivencia, que no te has tirado los trastos con los vecinos más allá de darles unos toques en la pared cuando alguna fiesta. Y que no tratas de enriquecerte mediante la especulación.
Algo así como un “conservador”, supongo.
Luego viene el debate sobre si para la economía propia y la nacional, es mejor el alquiler o la compra. Nunca me han quedado claros los efectos macro de mis decisiones micro. Somos de la generación en que se buscaba, y era posible, el afirmar tus bienes raíces (creo que se dice así), y tener un trabajo fijo, un coche propio (no en leasing, que no existía) y una pareja estable. Y un piso “para toda la vida”.
Hasta hace poco conservábamos un segundo televisor de los de voluminosa panza posterior, pero era más por reliquia que por necesidad. Ahora nuestros dos televisores son no enormes, pero sí de pantalla plana. Como Dios manda.
Lo malo son los telediarios.
Personas, familias enteras, pueblos enteros, en trágica mudanza.
Después de contar todo lo anterior, parar en lo que viene, sólo puede ser una trasposición grosera, hecha sin riesgo al calor de nuestra calefacción central. Pero tenía que hacerlo.
Para muchos, su relato sería que tienes que salir huyendo de tu casa porque las bombas arrasan tu pueblo y te persiguen por lo que eres o lo que piensas o porque estabas allí, y vas literalmente con lo puesto miles de kilómetros, y tienes que pagar por un “plan de viaje” hacia no sabes dónde, y te encuentras alambradas físicas, y tú ni entiendes nada ni nadie te entiende, y la muerte es de lo menos malo que te puede pasar, y…
Me gustaría apagar la televisión. Pero no puedo apagar la realidad. (disfruta el texto completo en HUMANIZAR en versión papel).