Revista Humanizar

Tiempo y salud

Número 110, Mayo-Junio 2010

Tiempo y psicopatología. El hombre no es solamente calendario

¡No tengo tiempo!, es el grito de guerra del estudiante, el ama de casa, el ejecutivo o el jubilado. A pesar de todo ello, en nuestra sociedad “no tener tiempo” es sinónimo de una persona importante, muy ocupada y con mucho éxito en su vida profesional. Nuestra cultura gira en torno al valor tiempo. Expresiones tales como “ aprovechar el tiempo”, “no dejar pasar el tiempo”, “darse tiempo”, etc., son muy frecuentes en nuestra vida cotidiana. Es indudable que, en este clima, ser un buen economizador del tiempo es signo de salud mental. Una persona que sabe dosificar su tiempo de trabajo, su tiempo de ocio, su tiempo de descanso, etc., es una persona equilibrada mentalmente.
Alejandro Rocamora, Médico psiquiatra
La palabra tiempo se utiliza con diferentes acepciones: tiempo atmosférico, tiempo cronológico, tiempo psicológico y tiempo biológico. El tiempo atmosférico se refiere al estado de la atmósfera en un lugar y en un momento determinado. Se describe midiendo la presión biométrica, temperatura, humedad, vientos, etc. ¿Hay alguna relación entre tiempo atmosférico y psicopatología? Existen estudios contradictorios. No obstante, se admiten algunas observaciones clínicas: el suicidio es más frecuente en primavera-verano; la manía, su estancia favorita es el verano y la depresión aumenta en primavera y otoño. De momento no existe una explicación científica para estos datos, pero el clínico comprueba diariamente que estas circunstancias se repiten. El tiempo cronológico es el tiempo objetivo. Es medido a través de un procedimiento convencional (el reloj) y es una referencia que necesitamos para realizar nuestras tareas cotidianas: “es la hora de comer”, “tengo tiempo para ir al cine”, “falta una hora para que salga el tren”, etc. Es pues el tiempo real de acuerdo al reloj. El tiempo psicológico, por el contrario, es subjetivo. Está en función de nuestra propia vivencia del tiempo y de la actividad que estamos desarrollando y de nuestro estado de ánimo: por ejemplo, en una fiesta el “tiempo pasa volando”, pero en un velatorio parece como si el tiempo se parara, se hace eterno. Por último, el tiempo biológico hace referencia a la vivencia del tiempo en las distintas edades del ser humano: niño-adulto-anciano. Así, para el niño el tiempo pasa muy lentamente y se vive el futuro cumpleaños como algo lejano, mientras que para el anciano es como si el tiempo se acelerara: pasan las navidades y rápidamente llega la Semana Santa y enseguida estamos planificando las vacaciones de verano. Bellamente describe este fenómeno Alexis Carrel, médico y pensador francés y premio Nobel de Medicina, en 1912, al comparar el tiempo “con un ancho río que corre por la llanura (tiempo físico o cronológico) y a un hombre que corre por su orilla”. De niño corre más que el río, en la edad adulta va parejo y en la vejez el río parece que va más deprisa, pero la realidad es que el anciano camina más despacio.

El hombre no es solamente calendario

Es indudable que el pasado es un factor importante en la evolución de cada persona. Pero lo decisivo y determinante no es lo que hemos pasado o lo que va a ocurrir sino la forma como cada uno de nosotros metaboliza los hechos pasados y se plantea los acontecimientos futuros. El hombre, pues, no es el resultado de un calendario, ni de un reloj, sino es el resultado de la manera que ha vivido o va a vivir los hechos de su existencia. Por esto podemos afirmar que una persona no se distingue por su pasado o futuro, sino por la manera de elaborar y metabolizar cada una de sus experiencias, tanto las positivas como las negativas. Además, mal vive el pasado el que queda fijado a normas, valores y actitudes que no le ayudan a crecer sino a menguar. Aquí habría que recordar la capacidad de resiliencia, que toda persona tiene, que no es otra cosa que su capacidad para adaptarse a las pasadas, presentes y nuevas experiencias, en un intento por crecer psicológicamente. El riesgo del pasado es que sea tan abrumador que paralice el presente o que impida un presente saludable. Así lo describe gráficamente Ionesco en una de sus obras, donde un hombre compra un piso nuevo y lo llena de trastos muebles viejos, que prácticamente no deja sitio para caminar. Esto mismo ocurre cuando el pasado está omnipresente en el momento actual. Debemos, pues, aprender a seleccionar y saber soltar amarras para que el presente no se encuentre en el vacío (sin historia) pero tampoco paralizado por el pasado. Lo mismo ocurre cuando queremos anticiparnos al futuro. Nuestro gran miedo no es a morir, sino a envejecer: ir resbalándonos hacia un deterioro físico y mental. Pero la realidad es que si eso se produce será de forma paulatina y progresiva y no de forma súbita y sin posibilidad de adaptación. Aquí quiero recordar un pensamiento que se atribuye a Jung y que ofrece la receta para esa situación angustiosa:”una persona teme envejecer en la medida que no vive realmente el presente”.

Tiempo y psicopatología

El tiempo es un concepto fundamental en la vida del ser humano. De su organización y estructura dependerá, en muchas ocasiones, nuestro nivel de salud mental. Minkowski, psiquiatra polaco francés, afirma que nuestra vivencia del tiempo se balancea entre el sentido maníaco del tiempo “todo ya y enseguida” y “el nunca más” del depresivo. Son como los dos extremos de la forma de vivir el tiempo: en el 33 Salud mental Nuestra vivencia del tiempo se balancea entre el sentido maníaco del tiempo “todo ya y enseguida” y el “nunca más” del depresivo Humanizar nº 110 mayo-junio 2010 primer caso es como si el tiempo pasara muy deprisa y por esto es necesario multiplicar las actividades. Su eslogan es: “Cuanto más haga, más feliz seré”. Evidentemente, es un falso lema que puede conducir al estrés. Se pone todo el énfasis en el futuro. Por el contrario, la experiencia del depresivo es que el tiempo corre muy lentamente e incluso que se ha paralizado, quedándose anclado en el pasado y solamente fijándose en las sombras y no en las luces de su vida. Al paciente le cuesta pensar, tomar decisiones, concentrarse y producir nuevas ideas. El tiempo del esquizofrénico, otra gran patología psiquiátrica, es de cierta atemporalidad. Estos pacientes se distinguen por sus delirios. Pues bien, éstos se escenifican en un mundo sin coordenadas donde lo importante es su contenido (“ser vigilado”, “controlado”, “ser de otro planeta”) y no el encuadre temporo-espacial donde se desarrolla. Por esto, el esquizofrénico, y por otras razones, tiene dificultad para realizar las tareas cotidianas.

Vivir sanamente el pasado, el presente y el futuro

Desde esta perspectiva, una persona sana mentalmente es aquella que es capaz de vivir sanamente su pasado, su presente y su futuro. El pasado de cada persona es el soporte del presente. Es más: el pasado es donde se fabrica el presente. Además, cada pasado es intransferible: las experiencias, los hechos, las circunstancias que cada individuo ha vivido son irrepetibles y además propias. De alguna manera somos en tanto en cuanto hemos vivido, pero también en tanto en cuanto programamos nuestro futuro. Los recuerdos, pues, como parte de nuestra existencia deben estar presentes en cada momento, pero no pueden ser las únicas fuerzas para seguir viviendo. “De recuerdos no se vive”, se suele decir, pues provocaría anquilosamiento y retroceso psicológico. Es más, si eso ocurriera nos podría ocurrir lo que la Biblia relata de la mujer de Lot, que se convirtió en estatua de sal, es decir, que nos podríamos quedar petrificados en el pasado, sin opciones para progresar y crecer. Vivir sanamente el pasado es rescatar aquellas experiencias que han servido como trampolín para el crecimiento psicológico y rechazar aquellas otras que han sido traumáticas y no han podido ser metabolizadas y aprovechadas para conseguir un equilibrio saludable. Sin futuro no habría presente; el presente tiene un pasado pero necesita un futuro. Sin futuro dejaríamos de existir. Ahí reside la fuerza, pero también el riesgo del mañana: debe ser acicate para seguir viviendo, pero no causa de angustia como ocurre cuando el sujeto quiere como atrapar lo que va a ocurrir. Es lo que le ocurre al padre o a la madre que sienten angustia por el devenir de los hijos, en un intento por controlar lo incontrolable: su trabajo, pareja, número de hijos, etc. Vivir sanamente el futuro no es compatible con una programación exhaustiva y hasta el último detalle del mañana, sino más bien partiendo de un proyecto abierto ir desarrollando todo el recorrido como si de una larga escalera se tratara, con peldaños de diferentes alturas, hasta llegar al último piso: la felicidad. Para vivir sanamente el presente debemos dosificar los diferentes problemas y no vivirlos de forma global: la enfermedad del marido, el bajo rendimiento académico de un hijo, los problemas laborales y un largo etcétera pueden estar presentes en nuestras vidas. La única salida válida es lo que ya se recoge en la célebre frase de Julio César: “divide y vencerás”, es decir hay que fragmentar los problemas e intentar soluciones parciales, no globales.

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