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Número 179, Noviembre- Diciembre 2021

Empoderamiento y "coping"

Los esfuerzos, las estrategias, el estilo de afrontamiento, hoy es referido con la palabra coping, cuando pensamos en situaciones de dificultad, conflictos, sufrimiento, estrés. Como tantos otros conceptos, quizás tenga su época, o estemos asistiendo todavía a su difusión en contextos de psicología, donde se piensa en la respuesta que damos a nivel cognitivo y conductual para salir airosos de los males que nos acechan.

Hablamos de humanizar en la asistencia sanitaria y, con frecuencia, evocamos el desafío de empoderar al paciente. Parece como si un gesto de autoridad, beneficente, paternalista de nuevo, pudiera reforzar la dinámica de hacer por el otro. En este caso; empoderarle, es decir, darle poder en el proceso terapéutico, en relación a sí mismo y, quién sabe si también en relación al profesional de la salud.

 

A vueltas con el empoderamiento

En el fondo, la reiteración de esta clave en tantos espacios de reflexión sobre humanización, se debe también al proceso de exaltación de la autonomía del paciente. En cierto sentido, parecería que reconocer que el paciente es sujeto y, por lo tanto, capaz de tomar decisiones y, por lo mismo, protagonista de su salud y de su vida, fuera una novedad.

El desarrollo de las ciencias biomédicas ha llevado, en efecto, a procesos de infantilización del paciente, de reducción de sujeto a objeto, de consideración de destinatario de la atención que, como paciente, debe vivir con paciencia, desde su rol de sumisión a la autoridad de quien sabe, pregunta, ordena pruebas. El límite al que hemos llegado por este camino, es cierto que es espantoso y nos quejamos con razón de las visitas médicas en las que toda la atención está centrada en el ordenador.

En realidad, el empoderamiento psicológico tiene mucho que ver con el reconocimiento del protagonismo del otro, con la identificación del control interno que uno tiene de cuanto sucede, con la percepción de auto-eficacia en el proceso de satisfacción de las propias necesidades, con la esperanza aprendida y el pensamiento optimista, es decir, la capacidad de mirar los eventos del pasado, del presente y del futuro en su objetividad y considerando el lado mejor posible.

El empoderamiento, por tanto, es un proceso, un resultado que contribuye a la resiliencia, a la posibilidad de crecer y crecerse con ocasión de la vulnerabilidad, del trauma, de la enfermedad, de la herida, del sufrimiento. Uno se mira a sí mismo también en función de cómo es mirado. Si es solo objeto de observación científica y de análisis de indicadores biomédicos, el empoderamiento es imposible, la resiliencia se hace muy difícil.

 

El coping que empodera

Hacer frente a las adversidades con estrategias funcionales, a nivel cognitivo y comportamental, refuerza el manejo de la cara oscura de la vida. Disponerse en clave de capaz, dominando y reduciendo cuanto amenaza la salud y el equilibrio, para superar la adversidad, es un afrontamiento activo.

Esto es el coping, el proceso activo con el que una persona, mediante la valoración de las propias capacidades, recursos, motivaciones, hace frente a una situación adversa y es capaz de dominarla.

Y es obvio que hay diferentes tipos de coping, diferentes modos de situarse ante las dificultades. Del tipo que cada individuo sea capaz –por diferentes motivos-, dependerá, en buena medida, el logro de mayor o menor empoderamiento.

El coping es un factor que protege, pues, la resiliencia, empoderando, fomentando el crecimiento, generando dinamismos de salud. Una buena respuesta de gestión de emociones y del estrés, resulta productiva para un paciente. Como lo es también para un profesional de la salud.

Pero no vale igual cualquier forma de coping. Hay estrategias de afrontamiento centradas en el problema, otras centradas en las emociones, otras basadas en la evitación. Cada una tiene su poder y su utilidad en función de la situación en que nos encontremos y lo que nos esperemos de nosotros mismos en ella. Hay estrategias de afrontamiento o coping que pueden ser más eficaces de otras en función del momento y el objetivo que nos planteemos.

 

Compartir la mirada

Enfermos, familiares, profesionales de la salud, buscamos lo mismo, cuando nos damos cita en un punto del sistema. También gestores, empresarios, proveedores varios. Buscamos, con legítimos intereses de resultados, hacer de la persona el centro y de su salud la clave.

En torno a la salud, tenemos una oportunidad excelente de compartir la mirada. Esa mirada que humaniza porque reconoce la dignidad de cada individuo, sus recursos para abordar sus dificultades, sus capacidades de recuperación, de afrontamiento, de vivencia saludable de la enfermedad y el morir, de aprovechamiento de todo como oportunidad de desarrollo humano resiliente.

Mirar con ojos de posibilidad, con ojos positivos, de identificación de los recursos, para movilizarlos, es algo en lo que nos podemos dar cita humanizadora unos y otros. Es el momento de la escucha, de la mirada no moralizante, del encuentro recíprocamente motivador, del cultivo del optimismo que apuesta por la máxima recuperación.

Pero la mirada más importante en salud, quizás sea la mirada confiada. Recíprocamente confiada, como también confiada en uno mismo y en el otro. Un flujo de confianza es el que puede hacer fecundas las posibilidades. Al promover estilos de atención centrados en la persona, de lo cual pretendemos presumir todos, quizás buscamos precisamente eso: un empoderamiento adecuado como regulación de los roles y los fines de la alianza terapéutica, aprovechando las estrategias que cada quien consigue emprender ante las dificultades.

Del “doctor, dígame lo que tengo que hacer” y “¡cómo quiere estar, si no se toma las pastillas!”, habremos de caminar hacia esa alianza terapéutica en la que, compartidas las miradas, nos reconocemos cada uno su rol, su protagonismo, su capacidad de hacer el bien al otro y a uno mismo. Reforzando la alianza terapéutica, encontrará más valor la escucha, y la confianza que refuerza las estrategias posibles y personales de afrontamiento de la adversidad.

Están lejos todavía los programas de formación en las carreras de ciencias biomédicas y psicológicas, de ocuparse por el interés en aprender a identificar y reforzar las estrategias de coping de cada paciente y las posibilidades de desarrollo resiliente que resulten de un saludable empoderamiento.

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