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Vida y sentido

Número 167, Noviembre-Diciembre 2019

Soledad del anciano y sentido

Hace unos meses leí una noticia en un periódico de tirada nacional, que me sorprendió: “miles de personas mueren solas al año en Japón”. Lo que se conoce con el nombre de kodokishis.

Por Alejandro Rocamora, psiquiatra
Aquí en España, aunque el fenómeno no es tan preocupante, también existen este tipo de “muertes en soledad”. Entre las explicaciones que se dan a este fenómeno es por la falta de vínculo y por un intenso sentimiento de soledad que acompaña a nuestra existencia. Pero, ¿qué entendemos por soledad? ¿cómo es la soledad del anciano? ¿cómo se puede superar?
La soledad
La palabra soledad sugiere aislamiento, vacío, ausencia, incomunicación, tristeza, falta de afecto y de “persona rara” (que es como llamaban al solitario en mi pueblo toledano). Esto es la soledad tóxica.

   Pero, también existe la soledad aceptada y querida que puede ser un acicate para la reflexión, el tomar decisiones, nos posibilite la búsqueda de la verdad y la comunicación profunda y nos ayude a un conocimiento profundo de uno mismo. Esta es la soledad sana.

    En palabras de Bermejo (2010) “la experiencia de soledad, en el fondo, es la sensación de no tener el afecto necesario deseado, lo cual produce sufrimiento, desolación, insatisfacción, angustia, etc., si bien se puede distinguir entre aislamiento y desolación, es decir, entre la situación de encontrarse sin compañía y la conciencia de deseo de la misma”.
En sentido estricto, el sentimiento de soledad no es una enfermedad, ni un estado psicopatológico. Mas bien es un componente esencial de la existencia humana, que se convierte en fuente de angustia cuando nos imposibilita compartir nuestras vivencias agradables y/o desagradables.
Es importante distinguir entre “soledad emocional” y “soledad social” (Weiss, 1974). La primera es la consecuencia de un déficit en nuestra capacidad de mantener relaciones que favorezcan nuestra seguridad y la imposibilidad de com-partir nuestros deseos, proyectos y angustias. Es el “sentirse sólo”.
La “soledad social” está próxima al aislamiento y presupone la no pertenencia a un grupo o red social. Se basa en el hecho de no compartir trabajo u otra actividad. Es el “estar solo”.

La vejez
Se estima que el 8% de las personas mayores se sienten solas. Esta situación puede producir apatía, indiferencia, tristeza, irritabilidad, marginación social y, en ocasiones, puede llegar al suicidio, o la muerte solitaria o kodokishis.
La vejez es sinónimo de “pérdida”: trabajo, salud, cónyuge, facultades físicas, etc. El anciano camina entre los fantasmas del pasado y la incógnita del futuro. Debe aprender adaptarse a su nueva situación, cada día más rodeada por la muerte y la enfermedad. Todo ello puede conducir a una “soledad social” y más grave, a una “soledad emocional”.

    Generalmente se señalan tres crisis asociadas al envejecimiento: una crisis de identidad, pues ha pasado de un rol de trabajador a jubilado y de ser independiente a ser dependiente; De ahí la segunda crisis: la pérdida de autonomía (no puede vivir solo, ni conducir, y en ocasiones ni salir a la calle, etc.). Y surge la tercera crisis: toma conciencia de su sentimiento de inutilidad. Y el anciano se hace la siguiente pregunta: ¿qué sentido tiene mi vida?
Encontrar el sentido 
V. Frankl psiquiatra, neurólogo y filósofo vienés (1905-1997), que estuvo prisionero en varios campos de concentración nazis, desarrolló su teoría de la logoterapia: la persona es libre y responsable y su esencia es la “voluntad de sentido”.  En 1945  escribió El hombre en busca de sentido” donde describe con crudeza, pero también con esperanza, su vida como prisionero de un campo de concentración.

   Entre sus ideas principales refiere que toda persona, en cualquier situación de la vida, aunque sea muy angustiosa y destructiva, siempre puede encontrar el sentido a esa circunstancia.

    Él mismo en su experiencia en los campos de concentración afirma que soportó esos días pues siempre encontró un sentido y no se lanzó a las alambradas electrificadas del campo, pues, entre otras cosas, debía escribir un libro con las atrocidades que estaba sufriendo para que la humanidad lo supiera. En ese momento ese fue el sentido de su vida.

    Eso sí V. Frankl tiene muy claro que el sentido es personal y por tanto cada sujeto debe encontrarlo: no puede ni darse, ni inventarse, sino que debe descubrirse. Por esto en cualquier situación toda persona puede encontrar el sentido a su padecimiento incluso en la “triada trágica”: sufrimiento, culpa y muerte.
La voluntad de sentido es como la fuerza que dirige desde el futuro (lo que puede ser) al ser humano en el presente, y no como “una carga energética” que pretende llegar a la homeostasis, sino como un “deber ser”. Dos son las condiciones para lograrlo: la responsabilidad y la libertad.
V. Frankl plantea que no debemos preguntarnos sobre el sentido de la vida en general, sino sobre el sentido de mi vida en esta situación, de la misma manera – afirma- que no podemos preguntar a un ajedrecista cuál es la mejor jugada, pues dependerá de varias variables.
Como síntesis podemos afirmar que la voluntad de sentido es una necesidad espiritual/existencial, propia y exclusiva de cada persona. Además, el sentido de/en la vida se puede considerar desde dos perspectivas: dimensión transversal y dimensión longitudinal. La primera, hace referencia a que en cada momento de nuestras vidas debemos encontrar el sentido a ese instante. Y la dimensión longitudinal se explica porque en cada momento de nuestra biografía debemos encontrar el sentido de esa situación o acción (ir descubriendo el dibujo de una alfombra al tiempo que ésta se va desplegando).
“Encontrar el sentido” de una situación (muerte, enfermedad, soledad, etc.) supone aportar algo nuevo a esa vivencia. Es como redefinir el acontecimiento. En nuestro caso, es como descubrir la luz en la misma oscuridad de la soledad. El sentido está en la oscuridad (soledad) pero debemos encontrarlo. Por esto es muy importante que no intentemos dar sentido a nuestra vida, sino encontrar el sentido a nuestra existencia.
¿Cómo lograrlo?

    Siguiendo a V. Frankl la gran pregunta que una persona que se siente sola debe hacerse, no es, ¿por qué me siento sola? sino ¿para qué me siento sola? La primera es una mirada al pasado, y la segunda es una mirada al futuro. Es decir, se debe dar una respuesta libre y responsable a esta pregunta: ¿cómo puedo encontrar sentido a mi soledad? Como la respuesta es personal e intransferible de cada persona no podemos dar una respuesta concreta, pero podemos indicar algunas posibles pistas de solución: debo dedicarme a los demás (voluntariado), debo reforzar vínculos de amistad, la práctica religiosa, la participación en actividades culturales, disfrutar de las pequeñas cosas, dar ejemplo de envejecimiento solitario, y un largo etcétera.
Final
    Termino a modo de conclusión con un pensamiento de V. Frankl (1995) : 
“Lo importante no es que uno sea joven o viejo; no importa la edad que se tenga; lo decisivo es la cuestión de si su tiempo y su conciencia tienen un objeto al que esa persona se entrega, y si ella misma tiene la sensación, a pesar de su edad, de vivir una existencia valiosa y digna de ser vivida; en una palabra, si es capaz de realizarse interiormente, tenga la edad que tenga. Da igual que la actividad que debe dar contenido y un sentido a la existencia humana esté retribuida o no; desde el punto de vista psicológico, lo más importante y decisivo es que esa actividad despierte en el hombre, aunque este sea ya anciano, la sensación de existir para algo o para alguien”.
Es decir, la soledad se neutraliza porque tenemos a alguien con quien compartir los sentimientos más profundos, o bien, sentimos que somos válidos para algo. De esta forma encontraremos el sentido a nuestra soledad.


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