Celebrar es saludable
Noviembre-Diciembre 2012
Celebrar el don de existir
A lo largo de la primera parte del siglo XX, se escribió, abundantemente, sobre la pesadumbre de existir. Jean Paul Sartre y los existencialistas fueron los que más desarrollaron esta idea. La vida fue concebida como pesadumbre, como algo con lo que cargamos, como una pesada losa que tenemos que arrastrar cada día.
El existir genera un sobrecogimiento. La sorpresa de existir se refiere a un estado de ánimo diferente, a un estado de ánimo que se da frente a lo imprevisto, a lo que no es predecible y ocurre causando sorpresa, frente a algo que rompe las fronteras de la razón.
Por Francesc Torralba, Cátedra Ethos de la Universidad Ramón Llull.
La sorpresa se puede comparar con la admiración y se contrapone a la pesadumbre. Es admiración por lo que existe, por la belleza de lo existente. La pesadumbre de existir (Jean Paul Sartre) ve el existir como la mecánica de repetición de elementos, por ello conduce al asco vital, al cansancio de existir, mientras que la sorpresa ve en la existencia un universo de posibilidades.
Existe una alegría exterior que viene suscitada por algún estímulo externo, también existe la alegría interior que no viene generada por un estímulo exterior, sino que es un estado de ánimo independiente de lo exterior. Algunos lo relacionan con el deber cumplido, otros con la misión desarrollada, con haber alcanzado un proyecto personal.
Está, además, la alegría racional, porque la alegría siempre la describimos como un estado de ánimo, aunque puede ser racional, pero también está aquélla que no obedece a razones concretas.
La alegría óntica es la alegría por el hecho de estar en la realidad, de estar, pudiendo no estar, pudiendo no haber existido nunca. Se convierte en una forma de conciencia de la enorme fortuna que uno ha tenido. No tiene su fundamento en un estímulo concreto; emana de la conciencia de existir. Esta alegría tiene que ver con el percatarse del hecho de existir y de las posibilidades enormes que derivan de este acontecimiento. Es la fuente de la celebración, el origen de la fiesta.
Cuando uno se percata de que existe, pudiendo no existir, experimenta que es una persona afortunada, que puede actuar con vigor, con tenacidad, con firmeza, para corregir las consecuencias negativas del pasado, y hacer nacer algo nuevo.
La sorpresa de existir no garantiza mecánicamente que yo me implique, que me esfuerce con alegría, para corregir las consecuencias de los males anteriores, pero puede facilitarlo. Puede ser un catalizador, puede activar este trabajo para arreglar las consecuencias.
La perfecta alegría y la alegría óntica tienen muchas afinidades. La perfecta alegría es la que teorizan los teólogos y los filósofos inspirados en el carisma de san Francisco de Asís. No es una especie de autarquía estoica, ni de indiferencia respecto al mundo. Es la paz interior que emana de vivir conforme a la voluntad de Dios. La perfecta alegría es la que disfruta una persona que mantiene un estado de ánimo alegre, por el hecho de vivir conforme a la voluntad de Dios. No tiene que ver con un estímulo exterior, ni con la recepción de una buena noticia, tampoco con el hecho de existir, ni el hecho de sentirse acogido.
Aunque te repudien, aunque pases una mala noche, aunque mueras, estás en las manos de Dios. Consiste en sentirse en las manos de Dios. Ahí está la génesis de la perfecta alegría, que se distingue de la alegría mundana, que es la alegría que depende de la vanagloria, de las riquezas, del reconocimiento, del éxito y, por lo tanto, de las transformaciones de la vida.
La perfecta alegría está lejos de la alegría óntica en el sentido teológico, pues ésta emana del hecho de experimentar que uno está en las manos de Dios y, por lo tanto, experimentar que uno es acogido por Dios, mientras que la alegría óntica tiene que ver con el hecho de existir. Tienen un punto de encuentro, pero en la perfecta alegría hay una dimensión teológica imposible de separar.
La alegría óntica que es la alegría por el hecho de existir tiene como consecuencia una irradiación. Es un sentimiento que se irradia, como la tristeza. Hay un movimiento de dentro hacia fuera y el que está alegre por el hecho de existir, irradia gusto por la vida, es un vitalista, irradia bienestar, no en el sentido material sino, en sentido emocional, a su entorno. Esa experiencia es el motor de la voluntad celebrativa que anida en el corazón humano.
Si una persona no experimenta la alegría óntica, ¿Cómo puede vivir con entusiasmo la paternidad y la maternidad? Si uno experimenta que existir es un asco, es muy inconsecuente engendrar un ser humano en el mundo y será difícil que irradie gusto por la vida.
En cambio, si una persona goza de existir y se da cuenta de la fortuna que ha tenido, del don que ha recibido, de la inmensa posibilidad que le ha sido dada, eso tiene como consecuencia el deseo de engendrar, es decir, de dar a otros esta posibilidad.
Existir no es una carga, ni una maldición o un peso que aplasta y destroza al ser humano; es el don que hace posible cualquier otro acto humano, incluso el de blasfemar, pues cualquier otro acto humano, por negativo que sea, tiene su fundamento en el don de existir.
Las personas que se sienten amadas y que aman, al menos en los momentos o en los paréntesis en que se sienten amadas, se alegran de existir. La celebración va intrínsecamente unida a la conciencia de existir, pero también a la vivencia del amor.
Cuando hablamos de alegría de existir, nos referimos no a un estado de ánimo que viene suscitado por un estímulo concreto externo. Se distingue de la alegría objetiva que tiene que ver con la recepción de un estímulo externo positivo. La vivencia de la pena, en contraposición, es debida a la recepción de un estímulo externo negativo, a una mala noticia o simplemente a la frustración de expectativas.
La alegría óntica no depende del estímulo externo, como tampoco creo que dependa del estímulo externo la antítesis de la alegría óntica, la náusea de vivir, el asco de existir. Nace de un acto reflexivo. No es la euforia espontánea. Se genera a partir de un acto de reflexión, de puesta entre paréntesis, de una especie de corte en el flujo temporal. Uno corta el flujo temporal y se da cuenta de que está en el barco y se alegra de estar embarcado en la vida.
No es precisamente algo que nazca como consecuencia de un estímulo externo, tampoco espontáneamente. Tiene que ver con un acto reflexivo puntual que se produce en algún momento y, a través del cual uno, de pronto, se da cuenta de que existe pudiendo no existir, y esto va acompañado de pasmo, pero a la vez de una infinita alegría y de suma gratitud. Uno piensa en sus adentros: ¡Qué bien, qué posibilidad me han dado! Entonces, siente la necesidad de agradecer a alguien esto, por de pronto a sus padres que son quienes me le han dado la existencia, pero ellos también la recibieron de alguien. No es un acto inmediato.
Pero, ¿Qué la suscita? ¿Qué puede suscitar esta alegría de existir fruto de esta conciencia de que soy?
En ocasiones puede ser un paseo solitario; en ocasiones puede ser una audición musical, una conversación con un amigo, con un sabio maestro que me ha enseñado a ver, que me ha dado a entender algo que no sabía, pero que es obvio, que existo y que ésta es mi única posibilidad.
La alegría de existir es independiente del gobierno de las naciones, pero el gobierno puede influir en ella. La puede ahogar, la puede vitalizar, la puede vehicular, pero ésta no depende del gobierno. Si las condiciones de existencia son muy duras, la vida se presenta como algo penoso. Entonces, la alegría se desvanece, pues la vida no se percibe como algo bello, digno de ser celebrado, sino como una carga. Si las condiciones son justas, uno puede desarrollar su existencia pacíficamente.
Estamos llamados a luchar para que todo ser humano, independientemente de su origen, descubra el don de existir y pueda celebrarlo festivamente.