Ser joven, hoy
Enero-Febrero 2023
"La juventud: la edad de soñar"
Las representaciones sociales de la condición juvenil no expresan la complejidad del fenómeno juvenil, ni su pluralidad constitutiva. Con demasiada frecuencia se confunde la parte con el todo y se realizan juicios de valor sobre la condición juvenil a partir del conocimiento de un parto o bien de un tópico que no representa, ni de lejos, la realidad juvenil.
Infancia, juventud, ancianidad
Existe un gran segmento de jóvenes que no se siente reconocido en las representaciones públicas y audiovisuales de la condición juvenil. Tampoco les gusta la representación que se hace en la publicidad, ni en la cultura audiovisual de masas. Esta situación puede extrapolarse a otras etapas de la vida humana, como la ancianidad o la infancia. También en estas dos etapas se generan graves tópicos que velan la realidad.
La juventud es una etapa de transición en la que adolescentes y jóvenes adultos adquieren los recursos y desarrollan las capacidades que les permitirán la conquista progresiva de espacios de autodeterminación individual. La juventud es una etapa de la vida en la que el ser humano alcanza progresivamente espacios de autonomía, la capacidad efectiva de ejercicio de determinados derechos formalmente reconocidos a partir de la mayoría de edad, que les permiten o facilitan una sucesiva aproximación hacia la ciudadanía plena.
Futuro, horizonte de plenitud
El tiempo de la juventud es el futuro. El futuro es el campo de las posibilidades inéditas, el ámbito en el que supuestamente se concretarán las expectativas. El futuro es vivido como un horizonte de plenitud. No es una fatalidad, ni un guion escrito de antemano. Todo está abierto.
Escribe Ernst Bloch: “La juventud es un anhelo, una mirada hacia fuera de la cárcel de la coacción externa”. En la etapa de la juventud, el ser humano siente que el futuro es la tierra de la libertad; la plena y total liberación de las fuerzas y poderes que le enajenan y lo mantienen subyugado. El mundo de los adultos está contemplado como una cárcel, como una jaula hecha de coacciones y de censuras. Necesita transgredir para afirmarse, emprender el vuelo, experimentar en piel propia.
El anhelo de transformación
En la substancia de la condición juvenil se mezcla, por un lado, una esperanza de futuro y, por otro, un anhelo de transformación. El joven no quiere repetir en su piel la vida de sus padres; no quiere aclimatarse al mundo para adaptarse mudamente. Siente un verdadero anhelo de cambiarlo. "El brote -escribe el autor de El principio esperanza- el deseo de la vida como persona mayor, pero de una vida totalmente transformada".
La vida, para el joven, significa mañana. El mundo significa un sitio para nosotros. El futuro no es visto como un espacio lleno; tampoco como una casa construida; es el ámbito de la posibilidad, el lugar en el que se pueden hacer efectivos los sueños, los anhelos. No hay miedo al mañana; no hay miedo a lo que pueda venir, porque el joven se siente confiado y capaz; cree que no hay ningún dragón que pueda plantarle cara y se siente empujado por su aliento vital.
Juventud y movimiento
"Juventud y movimiento hacia delante son -según Ernst Bloch- sinónimos". La quietud y la pasividad no corresponden, a su entender, con la naturaleza de la condición juvenil, porque todo en ella revela fuerza, anhelo, voluntad de transformación, movimiento hacia lo difícil.
“El joven -concluye Ernst Bloch- se encuentra en discordia con el mundo cotidiano y el combate; el hombre maduro aplica a él toda su energía, a menudo con la pérdida de sus sueños, más aún, de su mejor conciencia; pero el viejo, el anciano, cuando se irrita con el mundo no lo combate como el joven, sino que corre el peligro de hacerse un amargado y combatir sólo con palabras”.
Rehacer “el torcido”
Es inherente a esta etapa de la vida el vector utópico, la esperanza en lo difícil, el anhelo de lo grande, la fascinación por los nobles y bellos ideales. El joven anhela un mundo nuevo, una tierra nueva y acusa a la generación que le ha precedido en el tiempo por la devastadora herencia que le ha dejado.
Corresponde a esta estación de la vida el gesto de la revuelta. El joven debe hacer frente a los mayores, debe hacerles culpables de todos los males y creer, con fuerza y empuje, que podrá rehacer el torcido. Cuando el joven se ve incapaz de cambiar la realidad, transformar la injusticia del mundo, hacer realidad su utopía, la juventud, desde el punto de vista conceptual, desaparece.
Lo que queda es un hombre gastado por la vida, escéptico y cansado de todo, un hombre que solo consume mecanismos de evasión, que se fuga periódicamente de la realidad, para olvidar el mundo en el que vive y la dureza de lo que envuelve.
Caer hasta captar tus fronteras naturales
El carácter básico de esta etapa de la vida viene determinada por dos elementos. Uno es positivo: la fuerza de ascensión de la personalidad que se acentúa, así como de la vitalidad que se abre camino; y otro negativo, que es la falta de experiencia. Por eso, debe caer, hacerse daño, chocar contra los cantos de su ser una y otra vez hasta captar sus fronteras naturales.
En esta edad de la vida, uno tiene la sensación de que el mundo está infinitamente abierto y que la propia fuerza es ilimitada. Es una actitud orientada hacia el infinito. Todo es posible, todo está por hacer; no hay fronteras, ni techos de piedra. Es la pasión por la pureza, por lo ideal, la convicción de que las ideas verdaderas y las actitudes justas están inmediatamente en condiciones de cambiar la realidad y darle una nueva configuración. Sin embargo, le falta experiencia de la vida, una experiencia que solo se puede atesorar con los años, los sufrimientos y las frustraciones.
Este período es de un gran idealismo natural, que sobrevalora la fuerza de la idea y que, por eso mismo, se realizan juicios de valor maximalistas. La ética de esa edad de la vida consiste en la valentía de ser uno mismo, en reivindicar la propia persona y la propia responsabilidad. El mayor peligro es la caída en la impersonalidad y en el anonimato. El joven quiere ser él mismo, auténtico, quiere afirmarse en su libertad.